Septimus y el hechizo imposible by Angie Sage

Septimus y el hechizo imposible by Angie Sage

autor:Angie Sage [Sage, Angie]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2006-04-23T04:00:00+00:00


~~ 28 ~~

La Vereda

Jenna, Septimus, Nicko, el Chico Lobo y Stanley tomaron la vereda para salir del Puerto hacia los marjales Marram. Jenna guiaba el paso y detrás de ella trotaba Trueno, sacudiendo la cabeza y rebufando en el aire fresco de la mañana, contento de estar fuera del pestilente establo donde había pasado la noche, en la parte trasera de la Casa de Muñecas.

Jenna había insistido en volver a buscar a Trueno. Temía que, si lo dejaba atrás, la enfermera Meredith tuviera la tentación de venderlo a la tienda de pasteles de carne que estaba en el Puerto. Así que dieron la vuelta al Paseo de la Soga y, como no había brujas fuera de la casa, Jenna entró a hurtadillas por el camino de tierra que pasaba por detrás de las casas y sacó a Trueno.

La Vereda corría por la alta cresta que bordeaba los campos en el límite del Puerto. Mientras caminaban entre la bruma de primera hora de la mañana, Jenna vio la gastada tienda del circo y olió la hierba aplastada por la multitud que se había congregado allí la noche anterior. Era una escena muy tranquila y pacífica, pero Jenna tenía los nervios a flor de piel —la quemadura que Chucho le había hecho en el brazo le dolía y era un constante recordatorio de que ahora Simon la tenía etiquetada—, y cualquier súbito movimiento o sonido la hacía saltar. Así que cuando Jenna vio por el rabillo del ojo una pequeña sombra oscura zumbante dirigiéndose hacia ella, le entró el pánico y se agarró fuerte a Septimus.

—¡Aaay! —exclamó Septimus—. ¿Qué ocurre, Jen? ¿Qué es?

Jenna se escondió detrás de él. Algo se dirigía directamente hacia ella.

—¡Arrrg… arrrg! ¡Quítamelo! ¡Quítamelo de encima! —gritaba Jenna, sacudiéndose del hombro a un gran insecto punzante.

Los chicos se arrodillaron y observaron el insecto que había caído de espaldas sobre el fino polvo de la vereda y se agitaba patas arriba produciendo un débil zumbido.

—Pensaba que estaba muerto —dijo Septimus tocando el insecto con el dedo.

—¿Cómo ha llegado hasta aquí? —preguntó Nicko moviendo la cabeza.

El Chico Lobo miraba el insecto. No parecía comestible. Demasiado duro, pensó, y puntiagudo. No le sorprendería que tuviera un desagradable aguijón.

Jenna escudriñaba por encima de sus hombros.

—¿Qué es? —preguntó.

—Es tu insecto escudo —dijo Septimus.

—¡No! —Jenna cayó de rodillas y con mucho cuidado cogió el insecto y se lo puso en la palma de la mano.

Jenna le sacudió el polvo como pudo y al cabo de un rato, contemplado por un público fascinado, el insecto se levantó y temblorosamente empezó a limpiarse las alas, zumbando y aleteando como si intentara volver a ponerlo todo en funcionamiento. Y de repente, con un triunfante batir de alas contra su verde caparazón de escamas, el insecto se levantó en el aire y se posó en el lugar que le correspondía, en el hombro de Jenna, igual que había hecho un año antes cuando lo crearon en la casa de tía Zelda. Eso levantó el ánimo de Jenna; ahora tenía algo que la defendería si —¿o debía decir cuándo?— Simon llegaba a buscarla.



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