Sangre y rabia. Una historia cultural del terrorismo by Michael Burleigh

Sangre y rabia. Una historia cultural del terrorismo by Michael Burleigh

autor:Michael Burleigh [Burleigh, Michael]
Format: epub
Tags: Historia
editor: www.papyrefb2.net


Vamos a ver, mi comandante: ¿Qué garantías tenemos de que eso valga para algo? Es decir, mi comandante: nosotros vamos allí, quitamos a una persona de en medio. Eso es lo de menos, usted sabrá lo que ganamos con eso. Usted ya sabe que una cosa que podemos lograr es que haya diez adeptos a ETA que se apunten a raíz de eso. ¿Se ha pensado sobre el tipo de publicidad que se va a dar a eso? ¿Qué cobertura pública vamos a dar a los medios de difusión?

Como para ilustrar esta objeción, el 20 de noviembre de 1984 dos hombres armados con aspecto de sudamericanos entraron en la clínica bilbaína de Santiago Brouard, quien estaba tratando a una niña mientras sus padres le observaban. Además de ser un pediatra muy querido, «el tío San ti» era un destacado líder de Herri Batasuna, a la que representaba en el parlamento vasco. Los pistoleros le dispararon cinco veces en la cabeza y una en la mano mientras trataba de defenderse del único ataque de los GAL perpetrado en suelo español. Aparte de la enfermera, que recordaba a gitanos con pelucas empujándola para abrirse paso, los padres eran los únicos testigos, pero no comparecieron cuando se juzgó a los asesinos. Se había producido un accidente de tráfico en el que la madre y la hija habían muerto; el marido quedó ciego. Pistoleros de ETA tendieron una emboscada a un general cuyo hermano, ministro del Interior hasta 1982, había instituido el programa de reinserción social destinado a desradicalizar a los seguidores de ETA, Se calcula que medio millón de personas acudieron al funeral de Brouard, Los asesinos del GAL tenían una consideración por las bajas colaterales similar a la de la propia ETA. En febrero de 1985 el bar Batxoki de Petit Bayonne sufrió un ataque (entre los heridos había niñas de entre tres y cinco años), a manos de hombres armados que habían expresado su preocupación por la presencia de los niños pero habían recibido las órdenes expresas de su jefe de ignorarla. Exactamente un año después, unos asesinos del GAL que habían montado una emboscada en una remota carretera cerca de Bidarray lograron matar a un pastor de sesenta años y a una turista parisina de dieciséis que deseaba ver a unos corderos recién nacidos mientras pasaba una temporada en la caravana de sus padres. El duro ministro del Interior del nuevo gobierno de Jacques Chirac, Charles Pasqua, decidió aterrorizar a los terroristas. Un líder de ETA con estatus de refugiado fue deportado a Argelia, mientras —haciendo uso de un edicto de 1945-veintiséis activistas de la banda eran entregados directamente a España.

Además de tener un efecto reducido o inexistente sobre las atrocidades de ETA, que se cobraron una media de cuarenta muertos al año a lo largo de la década de los ochenta, las revelaciones de periodistas de investigación y magistrados sobre los escuadrones de la muerte del GAL empujaron al gobierno socialista a emplear todas las argucias



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