Catedrales by Claudia Piñeiro

Catedrales by Claudia Piñeiro

autor:Claudia Piñeiro [Piñeiro, Claudia]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 1185992
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Argentina
publicado: 2020-02-06T03:00:00+00:00


2

Le mentí a Alfredo Sardá. No con respecto a la muerte de su hija. Jamás mentí en ningún caso en el que yo haya intervenido. Me puedo haber equivocado; mentir, nunca. Le mentí con respecto a mi vida privada. Es cierto que vivo en la casa de mis padres, es cierto que la heredé después de que murieron por inhalación de monóxido de carbono. Es cierto también que con mi mujer y mis hijos chiquitos dejamos ese minúsculo departamento de Temperley y nos vinimos a vivir acá. Pero no es cierto que sigamos juntos. Ella se fue hace unos años y mis hijos, que ya eran adolescentes, prefirieron ir a vivir con su madre a un monoambiente en Lanús, más pequeño aún que aquel donde empezó nuestra historia familiar. Todavía no me repongo del todo. La soledad me pesa; era un alivio después de la jornada de trabajo entrar a la casa y encontrarme con el bullicio de la gente viva, estar rodeado de los míos, oler la comida que se calentaba en el horno, que alguno de mis hijos me diera un beso, un abrazo. Un remanso. Un oasis en medio del desierto. Ése era mi antídoto contra la cercanía diaria de la muerte. Me quedé sin refugio: entre mi vida y la muerte ajena ya no hubo barrera de contención. Ahora paso de un lado a otro sin darme cuenta. A veces temo quedarme del lado equivocado.

La casa me resulta demasiado grande, no se llena con nada, mis pasos rebotan como un eco en los pisos de madera gastada. La posibilidad de dejar atrás mi trabajo al llegar al hogar se diluyó. Desde que se fueron Betina y los chicos, quedé encerrado en un mundo tanático. Cuando estoy en la casa no hago más que seguir trabajando. Tengo informes de autopsia desparramados por el piso, fotos de los expedientes en los que trabajo pegadas en las paredes de los pasillos. Linternas, pinzas, guantes descartables, luminol y levantadores de huellas dactilares en los estantes de la cocina que ya no ocupan cereales y galletas de chocolate. Cajas y más cajas con material de archivo, no sólo en el cuarto que le mencioné a Alfredo, sino en cada ambiente de la casa, hasta en el baño. En parte, mi mujer me dejó por ese desorden. A decir verdad, cuando Betina estaba conmigo, no era para tanto. Yo me controlaba, ella ordenaba; había un equilibrio, y la casa lucía bastante mejor. Estoy seguro de que en la decisión de dejarme pesó más su obsesión con los gases cadavéricos. No niego que sean tóxicos y es cierto que estamos expuestos a ellos; pero, con una buena higiene, yo dejaba cualquier elemento fuera de la casa. Lo sigo haciendo ahora, que vivo solo, por una cuestión de responsabilidad profesional. Es como sacarse los zapatos antes de entrar para no manchar la alfombra con barro: se hace y punto, es automático, un reflejo condicionado. Yo lo hacía siempre, estoy convencido de que nunca llevé



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