El socio by John Grisham

El socio by John Grisham

autor:John Grisham [Grisham, John]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1997-04-23T04:00:00+00:00


Capítulo 23

Patrick estaba incorporado en la cama viendo un concurso de televisión. Se había quitado la bata y había echado las persianas. La lámpara de la mesilla proyectaba una luz tenue.

—Siéntate aquí —dijo a Karl señalando los pies de la cama.

Cuando calculó que el juez ya le había visto las quemaduras del pecho, se las tapó con una camiseta. De cintura para abajo lo cubrían las sábanas.

—Gracias por venir.

Patrick apagó el televisor. Con la pantalla negra, la habitación parecía aún más oscura.

—Vaya quemaduras —comentó Karl, que se había sentado lo más lejos posible del convaleciente, con el pie derecho colgando fuera de la cama. Patrick dobló las piernas para hacerle sitio. Las sábanas dejaban adivinar su extrema delgadez.

—Sí, fue bastante desagradable —dijo mientras se abrazaba las rodillas—. El médico dice que cicatrizan bien, pero que tengo que seguir en tratamiento.

—Por eso no te preocupes, Patrick. Nadie está pidiendo a gritos que te ingresen en prisión.

—Todavía no, pero estoy seguro de que la prensa no tardará en pedir mi cabeza.

—Tú relájate. Soy yo quien tiene que decidirlo, no los periódicos.

Patrick respiró aliviado.

—Gracias. Karl, tú has visto la cárcel por dentro. Sabes que eso acabaría conmigo.

—¿Y qué me dices de Parchman? Es cien veces peor.

Hubo una larga pausa. Karl deseó no haber abierto la boca. Había sido un comentario irreflexivo y cruel.

—Lo siento —se disculpó—. No debería haber sacado el tema.

—Me mataría antes que dejarme llevar a Parchman.

—Nadie te lo reprocharía. ¿Y si hablamos de cosas más agradables?

—No puedes hacerte cargo del caso, ¿verdad?

—No, imposible. Tendré que inhibirme.

—¿Cuándo?

—Pronto.

—¿Sabes a quién se lo asignarán?

—A Trussel o a Lanks. A Trussel, seguramente.

Huskey buscaba los ojos de Patrick, pero este evitaba corresponder a sus miradas. El juez esperaba un guiño, una sonrisa, una carcajada que diera paso a la narración hiperbólica de sus andanzas. Vamos, Patrick —habría querido decir—, ¿a qué viene tanto secreto? Cuéntamelo todo. Pero había algo distante en la mirada de Patrick. No parecía el mismo de antes.

—¿Y ese mentón? —preguntó Huskey sin muchas esperanzas de averiguar nada que no supiera ya.

—Lo compré en Río.

—¿Con la nariz?

—Sí, estaban de oferta. ¿Te gustan?

—No están mal.

—En Río te operan la cara como quien te vende un refresco.

—Dicen que allí hay muchas playas.

—Increíbles.

—¿Y qué me dices de las chicas? ¿Conociste a alguna?

—A un par.

Patrick nunca había presumido de conquistador. A veces se le iban los ojos detrás de alguna mujer atractiva, pero, que Karl supiera, siempre había respetado el voto de fidelidad matrimonial. Una vez, yendo de caza, habían estado hablando de sus respectivas esposas. En aquella ocasión, Patrick admitió que complacer a Trudy era todo un desafío.

Otra pausa. Karl se dio cuenta de que Patrick no tenía prisa. Tras dos minutos de silencio, el juez llegó a la conclusión de que, por más contento que estuviera de ver a su amigo, todo tenía un límite; sobre todo el tiempo que uno es capaz de contemplar las paredes de una habitación a oscuras.

—Patrick, ya te he dicho que tengo que inhibirme del caso, así que no he venido a verte como juez.



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