El proceso by Franz Kafka

El proceso by Franz Kafka

autor:Franz Kafka
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2025-01-01T05:00:00+00:00


EL COMERCIANTE BLOCK

K RENUNCIA AL ABOGADO

Por fin se había decidido K a renunciar a la representación del ahogado. Las dudas acerca de lo acertado de dicha medida no se podían eliminar, pero el convencimiento de la necesidad de ese paso terminó por prevalecer. La decisión, en el día que K tenía que visitar al abogado, le había costado tiempo y esfuerzo, trabajó con excesiva lentitud y tuvo que permanecer muchas horas en su despacho. Pasaban de las diez de la noche cuando K se presentó ante la puerta del abogado. Antes de llamar pensó si no sería mejor romper con el abogado por teléfono o por escrito, pues la entrevista tendría que ser por fuerza desagradable. Pero K decidió mantenerla, de otro modo el abogado aceptaría la decisión de K con algunas palabras formales o con silencio, y K, salvo lo que Leni le pudiera decir, desconocería su reacción ante la medida y las consecuencias que, según la opinión nada despreciable del abogado, ese paso tendría para K. No obstante, si K estaba sentado frente al abogado, aunque éste no quisiera decir mucho, al menos podría deducir bastante de sus gestos y de su actitud. Tampoco se podía excluir que le convenciese para que el abogado continuase con la defensa y que él renunciase a su decisión.

Como siempre, la primera llamada a la puerta quedó sin respuesta. «Leni podría ser más rápida» pensó K. Pero resultaba una ventaja que no se inmiscuyeran los vecinos, como habitualmente, ya fuese el hombre en bata o cualquier otro. Mientras K tocaba el timbre por segunda vez, miró hacia la puerta vecina, pero permaneció cerrada. Finalmente aparecieron dos ojos en la mirilla de la puerta, pero no eran los de Leni. Alguien abrió la puerta, pero siguió apoyándose en ella, y gritó hacia el interior:

¡Es él! y abrió del todo.

K había empujado también la puerta, pues ya había escuchado la llave de la cerradura en la puerta de al lado. Cuando la puerta se abrió, se precipitó hacia dentro y le dio tiempo a ver cómo Leni, a la que habían dirigido antes el grito de advertencia, corría por el pasillo vestida con una simple camisa. Se quedó mirándola un rato y luego se volvió hacia el que había abierto la puerta. Era un hombre pequeño y delgado, con barba, y sostenía una vela en la mano.

¿Está empleado aquí? preguntó K.

No respondió el hombre, el abogado me defiende, estoy aquí por un asunto judicial.

¿Sin chaqueta? preguntó K, y señaló con un movimiento de la mano su forma inapropiada de vestir.

¡Oh, disculpe! dijo el hombre, y se iluminó a sí mismo con la vela, como si advirtiese por primera vez su estado.

¿Leni es su amante? preguntó K brevemente. Había abierto algo las piernas, las manos, que sostenían el sombrero, permanecían en la espalda. Sólo por poseer un buen abrigo de invierno se sintió superior a aquella figura esmirriada.

¡Oh, Dios! dijo, y alzó la mano ante el rostro en una actitud defensiva, no, no, ¿cómo puede



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