Robinson Crusoe (il. N. C. Wyeth; trad. Julio Cortázar) by Daniel Defoe

Robinson Crusoe (il. N. C. Wyeth; trad. Julio Cortázar) by Daniel Defoe

autor:Daniel Defoe [Defoe, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1719-06-12T00:00:00+00:00


Pero en medio de toda esta dicha un imprevisto y duro golpe de la Providencia volvió a desquiciar mi vida bruscamente, no sólo reabriendo en mí una llaga incurable, sino arrastrándome por sus consecuencias a una profunda recaída en mi temperamento errante, tan arraigada estaba en mi sangre esta tendencia que no tardó en dominarme con una fuerza tan irresistible que nada hubiera podido oponerse a ella. Ese golpe fue la pérdida de mi esposa.

Era ella el apoyo, el puntal de todas mis actividades, el centro de mis empresas, la fuerza que, por su prudencia, había podido reducirme a las felices dimensiones de mi actual vida, alejándome de extravagantes o insensatos proyectos que bullían en mi mente como ya he contado, y haciendo más por guiar mi errante disposición que todas las lágrimas de una madre, los avisos de un padre, los consejos de un amigo o mi propia capacidad de reflexión. Yo me sentía feliz al ceder ante sus lágrimas y sentirme conmovido por sus instancias, de manera que su muerte me dejó desolado y confundido en lo más hondo del ser.

Apenas hubo ella partido de este mundo, todo me pareció incongruente en torno mío. No sabía qué hacer ni qué dejar de hacer. Mis pensamientos volvían en torbellino a la vieja idea; mi mente se trastornaba con los caprichos de remotas aventuras; todos los gratos, inocentes placeres de mi granja y mi jardín, el ganado y la familia, que me absorbían antes por entero, dejaron de tener significado a mis ojos y perdieron su sabor; eran como música para un sordo o alimento para quien carece de paladar. Me resolví finalmente a abandonar la granja, volver a Londres, y pocos meses más tarde había hecho ambas cosas.

Cuando estuve en Londres no me sentí más tranquilo. No hallaba gusto en la ciudad, ni nada interesante que hacer en ella, salvo vagar como un desocupado del cual pudiera decirse que resultaba perfectamente inútil en la Creación y de cuya vida o muerte nada importaba a la sociedad. De todas las maneras de vivir, para mí, que había estado siempre en actividad incesante, ésta era la más odiosa, y con frecuencia me repetía: «La holgazanería es la escoria de la vida». ¡Cuánto más aprovechado me parecía mi tiempo en la época en que necesitaba veintiséis días para construir una mesa de pino!

Principiaba el año 1693 cuando mi sobrino, del que ya he dicho que se había educado en la marina y hecho capitán de un barco, volvió a casa después de un corto viaje a Bilbao, el primero que hacía. Apenas llegado me comunicó que algunos comerciantes de su relación le habían propuesto un viaje por cuenta suya a las Indias Orientales y a la China, en carácter de comercio privado.

—Ahora bien, tío —agregó—, si queréis haceros a la mar conmigo, me comprometo a llevaros a vuestra antigua morada en la isla, ya que tenemos que hacer escala en Brasil.

Ninguna demostración de que existe una vida futura y un mundo invisible



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