Robinson Crusoe I by Daniel Defoe

Robinson Crusoe I by Daniel Defoe

autor:Daniel Defoe
La lengua: es
Format: mobi, epub
publicado: 2010-10-27T23:00:00+00:00


11. UN NAUFRAGIO Y UN SUEÑO

Transcurría el mes de diciembre de mi vigésimo tercer año de soledad, y era la época del solsticio austral (porque no puedo darle el nombre de invierno) en la que me ocupaba yo de la recolección del grano, viéndome obligado a permanecer gran parte de mi tiempo en las plantaciones. Una mañana, cuando aún no era día claro y empezaba mi tarea, me sorprendió ver la luz de un fuego en la costa, a unas dos millas hacia el extremo donde primeramente advirtiera la huella de los salvajes, y al mirar con atención comprobé que no se trataba del lado opuesto de la isla, sino de la parte donde yo residía.

Fue tal el azoramiento que se apoderó de mí que no me atrevía a salir de la enramada por miedo a que me sorprendieran, pero tampoco podía quedarme allí por temor a que los salvajes, errando por los alrededores, encontraran mis sembrados, las parvas de grano o cualquiera de mis otros trabajos, lo que les demostraría de inmediato la existencia de habitantes en el lugar. No dudaba que inmediatamente se pondrían a buscarme sin descanso, de manera que armándome de valor volví al castillo, levanté la escalera una vez que hube pasado, y traté de que todo tuviera el aspecto más salvaje y natural posible.

Inmediatamente me apresté a la defensa. Cargando lo que yo llamaba mis cañones, es decir, los mosquetes montados sobre horcones, y alistando las pistolas, me resolví a defenderme hasta el último aliento, sin olvidar encomendarme con fervor a la protección divina y rogar ardientemente a Dios que me salvara de las manos de aquellos bárbaros. Así me quedé por espacio de unas dos horas, lleno de impaciencia por saber lo que ocurría más allá y careciendo de exploradores o espías que fuesen a buscar novedades.

Después de estarme quieto, pensando qué debía hacer en la emergencia, no pude resistir por más tiempo la inactividad, de manera que coloqué la escalera haciéndola llegar como ya he descrito hasta el sitio donde la roca formaba una especie de plataforma; levantando luego la escala y volviéndola a colocar en dicho apoyo, me encaramé a la cresta de la colina. Me había tirado de boca contra el suelo, y con ayuda del anteojo que trajera ex profeso empecé a buscar el sitio donde ardía el fuego. Pronto descubrí que había nueve salvajes desnudos que rodeaban una hoguera, no para calentarse, ya que ninguna falta les hacía el calor en ese clima ardiente, sino probablemente para entregarse a alguno de sus horribles banquetes de carne humana que habrían traído consigo, aunque no alcanzaba a distinguir a los posibles prisioneros.

Vi dos canoas que habían arrastrado fuera del agua; y como la marea estaba baja, parecían a la espera del flujo para embarcarse nuevamente. No es fácil describir mi estado de ánimo contemplando aquella escena, sobre todo al darme cuenta de que ocurría de este lado de la isla y tan cerca de mí. Pero al comprender que probablemente



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