Resident Evil Código: Verónica by S. D. Perry

Resident Evil Código: Verónica by S. D. Perry

autor:S. D. Perry [Perry, S. D.]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788448039615
publicado: 2011-05-28T23:41:04+00:00


Capítulo 8

Joder, vaya. Esto es… Joder, pensó Claire.

—Joder —susurró Steve, y Claire asintió, sintiéndose por completo ajena cuando estudió el entorno que los rodeaba. ¿Había dicho asesino en serie psicópata?

Más bien parece una convención de asesinos en serie psicópatas. Habían tenido que resolver otro rompecabezas después de que las Lugers hubieran abierto la pared, algo que tenía que ver con unos códigos numéricos y un pasadizo bloqueado, pero ellos habían hecho caso omiso por completo de aquello: ambos se habían puesto a empujar y el pasadizo no había permanecido bloqueado durante mucho rato. En cuanto salieron al exterior de nuevo, pudieron ver la residencia privada, que se alzaba sobre una colina baja, como un buitre ansioso bajo la lluvia espesa. Lo cierto es que se trataba de una mansión, pero no tenía nada que ver con la que acababan de dejar atrás: era mucho, mucho más antigua, más oscura y siniestra, rodeada por las ruinas decrépitas de lo que antaño había sido un jardín lleno de esculturas. Varios querubines de ojos ciegos y dedos rotos los observaban junto a las gárgolas de alas desgastadas mientras se dirigían hacia la casa, esquivando los trozos de mármol roto sembrados por doquier.

Inquietante, desde luego…, pero esto está tan más allá de inquietante que ni siquiera cae en la misma categoría.

Estaban en el vestíbulo, iluminado tan sólo por unas cuantas velas colocadas de forma estratégica. El aire estaba cargado de un olor a mustio, un olor viejo producido por el polvo y el pergamino que se deshacía. El suelo estaba cubierto de alfombras gruesas, pero eran tan viejas que en algunas partes la trama había quedado al descubierto por el exceso de uso. Además, era difícil determinar su color más allá del calificativo de «oscuro». Justo delante de ellos había lo que antaño había sido sin duda una escalera espectacular y que llevaba a las balconadas de los pisos segundo y tercero. Todavía quedaba algo de elegancia trasnochada en sus pasamanos ennegrecidos y en sus escalones desgastados, lo mismo que en la polvorienta biblioteca que había a la derecha de los dos intrusos y en los óleos de marcos dorados y recargados que colgaban de las paredes abarrotadas de ellos. La palabra «fantasmal» habría sido la más adecuada, si no hubiese sido por las muñecas.

Unos rostros pequeños los acechaban desde todos los rincones, frágiles muñecas de porcelana, muchas de ellas descascarilladas o descoloridas, vestidas para tomar el té con ropa de tafetán. Niños de plástico con ojos de plástico abiertos de par en par y boquitas fruncidas de color rosa. Muñecas de trapo con extraños rostros hechos con botones y restos del relleno saliéndoles por las extremidades rotas. Había montones de ellas, auténticas pilas, incluso unos cuantos bebés de trapo sin rasgos y que estaban empalados. Claire no pudo distinguir ninguna clase de orden en aquel batiburrillo sin sentido.

Steve le dio un leve codazo y señaló hacia arriba. Claire pensó por un momento que estaba mirando a Alexia, que colgaba de un alero, pero



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