Parajes desconocidos by Katja Brandis

Parajes desconocidos by Katja Brandis

autor:Katja Brandis [Brandis, Katja]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


El que corre sobre el agua

En lugar de vestirnos, nos pusimos ya el traje de baño. Hacía tanto calor que era como mejor se estaba.

Entretanto, toda la clase se había enterado ya de lo de las pirañas. Cada vez había más caras preocupadas. Nadie se atrevía a reconocer el canguelo y a negarse a montar en los botes, pero incluso a los lobos se los veía intranquilos. Jeffrey, para disimular, típico en él, se dedicó a decir babosadas.

—¿Vosotros sabéis nadar? —le preguntó a la hormiga cortadora de hojas, cuyo nombre se me había olvidado—. No sé si en estos países se enseñan esas cosas.

Varios ticos lo miraron perplejos. Supongo que trataban de descifrar si el individuo aquel había despreciado su tierra a propósito o sin querer.

Manuel, el basilisco, que por lo visto era el mejor amigo de King, se cruzó de brazos al instante.

—Ya, claro. No es algo que se dé por sentado —dijo con una sonrisa un tanto enigmática—, pero quizá aprendamos aquí más cosas que ustedes.

Jeffrey arqueó las cejas y examinó a Manuel. El tico era un poco más bajo que él y su aspecto, con la melena que le daba por el hombro y el bigotillo incipiente, no encajaba en el esquema lobuno de lo que molaba.

—¿Como qué, por ejemplo? —preguntó Cliff, el lobo beta, de complexión robusta y expresión adormilada.

—Por ejemplo, a caminar sobre el agua —le respondió Manuel, imperturbable.

Todos nos lo quedamos mirando e incluso algunos de nuestra clase, entre ellos los lobos, se rieron. Yo me di cuenta de que ninguno de los ticos se reía. Qué interesante. O estaban todos confabulados con la broma o era cierto. Aunque a mí me costaba mucho creerlo.

—Oye, Brandon, ¿conocen los humanos algún truco para caminar sobre el agua? —le pregunté a mi amigo.

—No. Que yo sepa, hasta ahora, eso solo lo consiguió uno que se llamaba Jesús.

Me rasqué la cabeza. Me sonaba que habíamos dado algo de él en Antropología.

—¿Llevaba aletas?

—Creo que no. En esa época, todavía no las habían inventado.

—¿Caminar sobre el agua? —se burló Jeffrey—. ¡Más quisieras!

—¿Qué apostás? —propuso Manuel, sonriendo con despreocupación.

En la cara de Jeffrey se dibujó una sonrisa maliciosa.

—El que pierda tendrá que tirarle un cubo de pintura encima al señor Cortante, vuestro director.

Todos callamos, escandalizados. ¡Era una apuesta muy arriesgada! Incluso Manuel se había quedado estupefacto. Pero por fin asintió.

—¿Por qué no? —dijo.

Yo no tenía ni idea de cómo podría ganar Manuel, pero crucé los dedos para que lo consiguiera. Holly, excitada, retorcía una hoja a mi lado.

—¡Tiene que ganar! Quiero ver cómo el señor Cortante les arrea una patada en el culo a esos imbéciles.

Poco después llegamos al Sarapiquí, un río ancho de aguas de color caramelo que serpenteaba a través de la selva virgen.

—¡Jale! ¡Vamos allá!

El señor Cortante, los profesores y unos alumnos fornidos levantaron los botes neumáticos rojos del remolque del todoterreno y entre todos los llevamos hasta la orilla. Un ayudante iba repartiendo remos y cerciorándose de que todos recibiéramos uno de nuestro tamaño. María La Chamba repartía chalecos, también a todo el mundo, aunque Frankie se mostró un tanto ofendido.



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