Obras Completas vol. V by Gabriel Miró

Obras Completas vol. V by Gabriel Miró

autor:Gabriel Miró [Miró, Gabriel]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788726508826
editor: SAGA Egmont
publicado: 2023-09-07T08:26:45+00:00


ANNAS

...Uno de los ministros que estaban allí dió una bofetada a Jesús...

S. JUAN, XVIII, 22.

Por las tardes acudía bajo la ventana de la cámara de Annás la hija de Rohab el leproso que la miraba desde su manida de adobes, junto al torrente de la mandrágora, aguardando la limosna.

Annás–a quien proclama Flavio Josefo el hombre venturoso entre todos los hombres de Palestina–tiraba un denario que caía como una gota de lumbre dentro de los herbazales, apretados en la fundación de los fosos.

La rapaza era flaca y rígida; iba descalza, esquilada y ceñida de un harapo de franjas pardas y ocrosas.

Se arrojaba, cogía la dádiva, y con los brazos tendidos y vibrantes se iba crispando en una reverencia de gracias que presentaba trenzado todo su esqueleto y le socavaba más las oquedades de sus axilas y de su vientre. Después daba un grito de pardal de laguna y se despeñaba retozando por la ladera de Sión.

Annás se doblaba para mirarla. Le parecía que, aspirada por uno de sus brincos, pudiera quedarse la mendiga en el aire azul, serena, aguda y leve como un dardo.

La niña pasaba junto al padre inmundo, dejándole la moneda, y se perdía entre los vertederos de las torres.

Las soledades de Hinnom se recortaban limpiamente sobre el claro cristal del cielo. Prorrumpía un collado de abundancia, con gradas de hortalillos y felpas de alcaceres, y la desolladura de una cantera. Encima se asomaba, blanca y gozosa, una quinta de placer de Kaifás, y en el ocaso, los cincelados sillares ardían como un ámbar. A la izquierda, en la montaña sativa de los olivos, se alzaban los dos viejos cedros de la «familia sacerdotal».

Venían los cinco hijos de Annás, que fueron también pontífices, y su yerno Josef Kaifás, que en aquel tiempo gobernaba el Santuario, y humillando la frente y los ojos le advertían al padre:

–Mira que murmuran de ti porque te complaces en la misericordia de un hombre extranjero y llagado del mal aborrecido. Todos los leprosos viven lejos de Ofel y del Monte Santo, y de todo camino de gentes por mandamiento de nuestros libros, y sólo el egipcio mereció tu gracia.

Se encendían las doradas pupilas del anciano y le temblaba sobre el carmesí de su túnica la rizada nieve de su barba olorosa de bálsamo y esencia de azafrán, y les decía:

–Más menudo es vuestro corazón que un grano de mijo. Yo me afano por vestiros de grandeza delante de todo el pueblo, y a vosotros os devora mi pecado de lástima por un inmundo.

Y como otro día le porfiaran de su complacencia, Annás dejó salir su mirada a la tarde, y contó:

–...¡Quince años estuve en Alejandría, la maravillosa! Cien mil judíos moraban al lado de la mar. Israel, que sólo ama y sabe las montañas, pueblo de cumbres, pueblo de tristeza de predestinación; Israel era dichoso junto a las aguas anchas, libres, tendidas entre mundos. Vi las naves de Europa henchidas de telas y de frutos, de pedrería, de especias y perfumes, y de todas



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