Muerte de tinta by Funke Cornelia

Muerte de tinta by Funke Cornelia

autor:Funke, Cornelia [Funke, Cornelia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Fantasía
editor: Dronte
publicado: 2007-12-31T23:00:00+00:00


UN SALUDO A PÍFANO

Esa noche había un olor a tiempo en el aire. (…) ¿Cómo olía el tiempo? A polvo y a relojes y a gente. Y cuando uno se preguntaba qué ruido hacía el tiempo, sonaba como el agua fluyendo dentro de una oscura cueva, como voces llorosas y terrones de tierra cayendo sobre huecas tapas de ataúd, y como la lluvia.

Ray Bradbury, Crónicas marcianas

Farid no presenció la entrada de Arrendajo a caballo en el castillo de Umbra.

—Tú te quedas en el campamento.

Dedo Polvoriento no tuvo que decir más para que Farid notara el miedo como una mano en la garganta capaz de estrangularlo hasta la muerte. Recio esperó con él entre las tiendas vacías, porque el Príncipe Negro no lo creía capaz de transformarse en una mujer. Pasaron allí muchas horas, pero cuando al fin Meggie y los demás regresaron, Dedo Polvoriento no venía con ellos ni tampoco Arrendajo.

—¿Dónde está? —el Príncipe Negro era el único al que Farid se atrevía a preguntar, aunque su rostro oscuro estaba tan serio que ni siquiera el oso se atrevía a acercarse a él.

—En el mismo lugar que Arrendajo —contestó el Príncipe y, al ver la cara de consternación de Farid, añadió:— No, en el calabozo no, pero cerca. La Muerte los ha atado el uno al otro y solamente ella volverá a separarlos.

Cerca de él.

Farid miró la tienda en la que dormía Meggie. Creyó oírla llorar, pero no se atrevió a acercarse. Meggie todavía no le había perdonado que convenciera a su padre para aceptar el trato de Orfeo, y Doria estaba sentado ante su tienda. Para el gusto de Farid, éste se encontraba con excesiva frecuencia cerca de Meggie, pero por suerte entendía tan poco de chicas como su poderoso hermano.

Los recién llegados se sentaron cabizbajos alrededor del fuego. Algunos ni siquiera se quitaron los vestidos de mujer, pero el Príncipe Negro no les dejó tiempo para ahogar en alcohol el miedo a lo que se avecinaba. Los mandó de caza. Al fin y al cabo, si querían esconder de Pífano a los niños de Umbra, necesitaban provisiones, carne seca y pieles que dieran calor.

Pero ¿qué le importaba eso a Farid? Él no pertenecía a los bandidos, ni a Orfeo, ni siquiera a Meggie. Sólo pertenecía a uno, y de ése tenía que mantenerse alejado, por miedo a provocar su muerte…

Estaba oscureciendo —los bandidos seguían ahumando carne y tensando pieles entre los árboles—, cuando Gwin llegó corriendo del bosque. Farid confundió a la marta con Furtivo, hasta que vio el hocico canoso. Sí, era Gwin. Desde la muerte de Dedo Polvoriento consideraba su enemigo a Farid, pero esa noche le mordió en las pantorrillas, como hacía antes cuando quería invitarlo a jugar, y gañó hasta que la siguió.

La marta era veloz, demasiado veloz incluso para los pies de Farid, que escapaba de cualquier persona, pero Gwin lo esperaba una y otra vez, con el rabo contrayéndose de impaciencia, y Farid corrió tras la marta tan deprisa como se lo permitía la oscuridad, sabedor de quién la había enviado.



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