Moll Flanders by Daniel Defoe

Moll Flanders by Daniel Defoe

autor:Daniel Defoe [Defoe, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1722-04-23T05:00:00+00:00


Como ya he dicho, yo no había tocado nada aún y al oír que alguien corría hacia la tienda, tuve la presencia de ánimo de golpear ruidosamente el suelo con los pies y también de empezar a gritar cuando aquel hombre me puso la mano encima.

Sin embargo, como hacía siempre que demostraba tanto más valor cuanto mayor era el peligro, cuando aquel individuo quiso detenerme sostuve con toda serenidad que había entrado para comprar media docena de cucharas de plata, y tuve la gran suerte de que aquel platero vendiera cubiertos e incluso los fabricase para otras tiendas. El hombre se echó a reír al oír aquella excusa y en su celo por destacar el servicio que había hecho a su vecino, insistió en que yo no había entrado para comprar, sino para robar. Con ello, se congregó una gran multitud. Dije al dueño de la tienda, que acababa de ser avisado por alguien que se había acercado, que era inútil armar un jaleo y seguir discutiendo acerca de aquel asunto. El vecino había insistido en que yo había entrado allí para robar y tendría que probarlo y yo deseaba que todos compareciéramos ante un magistrado sin necesidad de pronunciar más palabras, pues empezaba a comprender que lo mejor sería mostrarme inflexible con el hombre que me había sorprendido.

En realidad, el dueño y la dueña de la tienda no eran tan testarudos como el individuo de la casa de enfrente, y el hombre me dijo:

—Señora, tal vez hayáis entrado en mi tienda con la mejor intención del mundo, pero no deja de ser una cosa extraña entrar en una tienda como la mía no habiendo nadie en ella, y no haría justicia a mi vecino, que tan amable ha sido conmigo, si no reconociera que le asiste parte de razón. De todos modos, no puedo asegurar que intentarais apoderaros de algo, y en realidad no sé qué hacer.

Le apremié para que compareciera conmigo ante un magistrado, y si podía probárseme algo que indicase intención de robar yo me sometería de buena gana, pero si ocurría lo contrario exigiría una reparación.

Mientras debatíamos aquel punto y habiéndose congregado un nutrido grupo de personas ante la puerta, acertó a pasar por allí sir T. B., un regidor de la ciudad y juez de paz, y al enterarse el orfebre salió para rogar a Su Señoría que entrara y decidiera d caso.

Para hacer justicia al platero, he de decir que relató lo sucedido con toda exactitud y moderación, y el individuo que había querido detenerme contó su historia con gran acaloramiento y de un modo apasionado, cosa que me hizo más bien que mal. Me llegó a mí la vez de hablar y expliqué a Su Señoría que era forastera en Londres y que acababa de llegar del Norte. Le di mi dirección y expliqué que pasaba por la calle y había entrado en la tienda del joyero para comprar media docena de cucharas. Por suerte, llevaba una vieja cuchara de plata en el



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