Mentira by Enrique De Heriz

Mentira by Enrique De Heriz

autor:Enrique De Heriz
La lengua: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788435034715
editor: Edhasa
publicado: 2011-05-21T22:00:00+00:00


SÁBADO

—¿Qué dirías si te preguntaran cómo era la abuela? —ha propuesto Luis a su padre, cuando ya casi terminábamos de cenar—. Sin enrollarte, ¿eh? En cuatro palabras.

—¿Cuatro? Distinta. Inteligente. —Una pausa—. Un poco misteriosa.

—Te falta una.

—Ya va. No es tan fácil. Estoy pensando. Lúcida, quizás.

—¿Y tú? —ha dicho Luis, mirando ahora a Pablo, para invitarlo a participar.

—Uf. Inteligente y distinta, hasta ahí estoy de acuerdo. Auténtica y... yo qué sé. Canija —ha añadido, con esa sonrisa suya de duende.

—¿Qué os parece? ¿Probamos con el abuelo? —Luis tenía ganas de jugar.

—Déjalo, Luis —he intervenido—. No lo va a entender.

—Tú pruébalo —Pablo, azuzando—. No necesitas permiso de nadie.

—Abuelo, ¿cómo definirías a la abuela en cuatro palabras?

Papá se ha quedado absorto, mirando fijamente el cuenco de fresones que tenía delante.

—¿Lo ves? Ya te he dicho que...

—Tenía unos pies preciosos —ha sonado de pronto su voz, esta vez firme y clara—. Callada. Única. Sorprendente.

—¡Toma ya! —ha exclamado Pablo, mirándome para afear mi escepticismo.

—Eso no vale, son más de cuatro palabras —Alberto, siempre tan meticuloso con las reglas del juego.

—Bueno, Serena; sólo faltas tú.

—A mí me vais a perdonar, pero yo paso. —Para no convertirme en el blanco de su insistencia, me he levantado de inmediato—. Me voy a regar las plantas, que lleva días sin llover. ¿Alguien pone una cafetera?

Es un juego, ya lo sé. Negarse a participar sólo sirve para darle más importancia de la que merece. Pero me cansa. Llevamos décadas jugando a eso sin saberlo, intercambiando etiquetas como intercambiábamos cromos en la infancia. Falti, tengui, decíamos. Repe, repe, repe, repe, falti, repe, tengui, repe, repe. Somos familia. Barcos del mismo astillero, hechos con cuadernas de la misma madera. Nos vemos venir. Hemos navegado muchas millas juntos. Estamos en mares distintos, pero nos conocemos de sobra los rumbos y los puertos. Podríamos tener largas conversaciones en silencio; sentados a la mesa, alguien enunciaría el asunto a tratar y luego bastarían las miradas para llevar los mensajes de ida y vuelta, explícitos hasta el detalle. Nos reconocemos en la distancia, como se reconocen ciertos barcos en la noche, aun en mitad de la niebla. Nos conocemos tanto que ni siquiera nos hace falta hablar. Quiero decir hablar de verdad, más allá del cacareo bondadoso que intercambiamos cada dos por tres. Más allá de las cuatro palabras sabidas de antemano. O sea: no es verdad que nos conozcamos tanto.

Papá tenía un catalejo antiguo con el que solía espiar el horizonte de Malespina desde esta misma terraza y hacía gala de su habilidad para reconocer casi cualquier embarcación que lo cruzara. «Ahí va el Altazor —decía, tras echar apenas un vistazo—. No sé qué le pasa. Navega más despacio.» Al cabo de un rato: «Mira, la Pañacocha. Sí que sale tarde hoy.» Luego: «Ése es el mismo carguero que ayer bajaba hacia Barcelona. Ya va de vuelta a Génova.» A veces oía el retumbo lejano de un motor y se atrevía a afirmar: «Poca pesca lleva hoy la Salamandra.»

Reconocer no es volver a conocer, sino confirmar que alguien es quien ya sabías que era.



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