Los Pincheira by Magdalena Petit

Los Pincheira by Magdalena Petit

autor:Magdalena Petit [Petit, Magdalena]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1939-01-01T00:00:00+00:00


* * *

El cuartel general de Chillán bullía de animación. Iban y venían los cabos, los sargentos, haciendo cumplir las diversas órdenes de sus superiores. Unos cuerpos de caballería se preparaban a emprender el retorno al fuerte de Antuco desde donde habían partido al emprender la campaña contra los forajidos. Otros debían acompañar hasta Curicó, Cauquenes, San Fernando, a los diversos grupos de cautivos para restituirlos a sus hogares. En el camino se alineaban las carretas y caballerías, seguidas de las recuas y animales vacunos recuperados y que serían devueltos a las haciendas de donde los robaran en las últimas correrías las bandas salteadoras. Ni en los días de ferias, recordaba el pueblo, se había presenciado tal hervidero de bulla y movimiento.

Camilo Lermanda y Doroteo Ibáñez iban abriéndose paso a través de la multitud para alcanzar hasta el cuartel adonde los recibiría Bulnes.

El joven general había descansado apenas unas horas y ya se disponía a volver con sus tropas a Concepción. Los miembros de la Municipalidad, los principales vecinos, lo rodeaban felicitándolo calurosamente por esta decisiva victoria de la que estaban todos ávidos de conocer el relato. El comisario Castellón, frente a una mesita, pluma en mano, se preparaba a tomar algunas notas. Bulnes estaba sentado en un sofá junto al gobernador, y cuando divisó a Doroteo Ibáñez que entraba, se levantó y se abrazaron largo rato, emocionados, los dos amigos.

—¡Nada todavía, mi querido Ibáñez! —exclamó—, pero he encargado a nuestro buen aliado Mariluán que efectúe algunas pesquisas en los campamentos de los indios. Y digo «nuestro aliado Mariluán» —explicó, mirando a la concurrencia—, porque ya no sólo de palabra e intenciones lo es, sino que sus hombres han combatido a favor nuestro prestándonos una valiosísima ayuda.

En ese instante se abrió sigilosamente una puerta y una cabecita oscura de niño, de ojos grandes, pero oblicuos, de mechas tiesas, se asomó buscando con la mirada al general.

Ahí tienen a su hijo —indicó Bulnes—, me lo han confiado para que se le dé instrucción en Santiago. Ven acá, Juan José, ven a saludar a estos caballeros que serán también tus amigos.

El niño se abalanzó espontáneamente hacia Bulnes y le tomó las manos acariciándoselas. Luego le habló en su idioma, y el general alcanzó a entender que le habían quitado unas golosinas dadas por él.

—Eso no más faltara —exclamó Bulnes—. Vaya usted —dijo a su ayudante—, y dé órdenes de mi parte para que se trate a este hijo de un cacique amigo como si fuera mío.

Cuando hubo salido el niño con el ayudante, fue reanudándose la conversación sobre la reciente campaña. Pero quiso Bulnes, antes de comenzar el detallado relato que todos reclamaban, presentarles a sus colaboradores, el teniente Salvo, los alféreces Navarro y Lizama, el ayudante Landa.

La carrera militar comenzada en edad muy temprana, y una natural severidad del carácter, daban cierto sello de madurez a la fisonomía de este general de unos veintiocho años solamente. Su voz y su gesto revelaban condiciones de autoridad. Tal como Prieto, su tío, tenía modales corteses.



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