Los novios by Alessandro Manzoni

Los novios by Alessandro Manzoni

autor:Alessandro Manzoni [Manzoni, Alessandro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1842-01-01T05:00:00+00:00


Don Rodrigo, devuelto con mucho garbo el saludo, preguntó si el señor se encontraba en el castillo y, cuando aquel sargentucho le hubo respondido que creía que sí, desmontó y lanzó la rienda al Tirafijo, uno de su séquito. Se quitó la escopeta y la entregó al Montañés, como para aliviarse de un peso inútil y subir más ligero; aunque, en realidad, porque sabía bien que, sobre aquella pendiente, no había permiso para andar con escopeta. Se sacó después de la bolsa algunas liras y las dio al Tantabuso, diciéndole:

—Vosotros quedaos esperándome y, mientras, divertíos un poco con esta buena gente.

Sacó, finalmente, algunos escudos de oro y los puso en la mano del sargentucho, destinando una mitad para él y la otra para dividir entre sus hombres. Finalmente, con el Gris, que también había dejado su escopeta, comenzó a pie la subida. Entretanto, los tres hampones mencionados y el Chiflado, que era el cuarto (¡oh!, ved que hermosos nombres, para conservarlos con buen cuidado), permanecieron con los tres del Innominado, y con aquel mozo criado junto a las horcas, para jugar, trincar y contarse mutuamente sus proezas.

Otro hampón del Innominado, que subía, fue alcanzando poco a poco a don Rodrigo; lo miró, lo reconoció y se acompañó de él, ahorrándole así la molestia de decir su nombre y rendir otras cuentas de sí a los demás que encontrase que no lo conocieran. Llegado al castillo e introducido en él (dejando, sin embargo, al Gris en la puerta), le hicieron pasar por un laberinto de corredores oscuros y varias salas tapizadas de mosquetes, sables y partesanas, y en cada una de las cuales había de guardia algún hampón; y, tras haber esperado bastante, fue admitido en aquélla en la que se encontraba el Innominado.

Éste le fue al encuentro saludándole y, a la vez, mirándole las manos y el rostro, como hacía por costumbre y ya casi involuntariamente a cualquiera que fuese a verle, por mucho que estuviese entre los amigos más antiguos y probados. Era grande, moreno, calvo; blancos los pocos cabellos que le quedaban, arrugada la cara: a primera vista, se le habrían echado más de los sesenta años que tenía; pero el porte, los movimientos, la dureza marcada de los rasgos, el destello siniestro pero vivo de los ojos indicaban una fuerza de cuerpo y espíritu que habría sido extraordinaria en un joven.

Don Rodrigo dijo que venía por consejo y ayuda; que, encontrándose en un empeño difícil, del que su honor no le permitía retirarse, había recordado las promesas de aquel hombre que no prometía nunca demasiado ni en vano; y se dispuso a exponer su perverso embrollo. El Innominado, que sabía ya algo si bien confuso, escuchó con atención, como curioso de historias similares y por estar en esta mezclado un nombre por él conocido y odiadísimo, el de fray Cristoforo, enemigo abierto de los tiranos en palabras y, donde podía, en obras. Don Rodrigo, sabiendo con quién hablaba, se puso, además, a exagerar las dificultades de la



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.