Los mantras modernos by Martín Felipe Castagnet

Los mantras modernos by Martín Felipe Castagnet

autor:Martín Felipe Castagnet
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela
editor: Pesopluma
publicado: 2020-04-14T00:00:00+00:00


12

Acurrucados en la oscuridad, un equipo de zapadores taladra una pared. Es una estrategia de Udanza, el arqueólogo urbano que los acompaña: avanzar por la ciudad es muy riesgoso a causa de las criaturas exóticas, que adoptan formas diferentes de acuerdo con su carácter. Algunas son mansas; otras pueden masacrar a la expedición como parte de un juego. En definitiva: no son un objetivo y hay que evitarlas a como dé lugar.

—La idea de reorganizar la sintaxis urbana me llegó gracias a la irregularidad de la fosforescencia —te dice Udanza—. El espacio no es más que una interpretación. Interpretamos una pared como una frontera y una puerta como un pasaje. Es una equivocación: la puerta es una trampa, y es nuestra frontera. Nuestro pasaje es la pared. Así que avanzamos a través de las paredes, como gusanos. Hay que suavizar el espacio como si no tuviera bordes. En definitiva: lo hacemos desaparecer, de la misma manera en que nosotros también fuimos obligados a desaparecer. Geometría inversa: no avanzamos de modo lineal sino en fractales, y nos adaptamos mejor a la fricción de cada operativo.

—Si sos arqueólogo —le preguntás— ¿no se supone que cuides las ruinas en vez de destruirlas?

El arqueólogo sonríe y se alza de hombros.

—Mejor no te digo dónde conseguí mi título.

Así avanzan, de a dos, cuatro, ocho mercenarios, las caras pintadas de negro aunque no haga falta, el bindi iluminado de rojo, rifles semiautomáticos apuntando a todas partes, antenas que sobresalen de sus mochilas, como si fueran insectos extraterrestres gigantes, haciendo camino a través de las paredes. De vez en cuando ven un resplandor y entonces se quedan quietos, anidando. Muchas veces termina siendo un teléfono que se arrastra de costado, al igual que un cangrejo, o una cava de botellas de vino a punto de explotar.

A falta de armas, quedás a cargo de las ollas y sartenes. «Ya que insistís en que nos ayude», dijo Querido Juárez, «que nos ayude en la cocina». Héctor no lo tomó a mal: lo único que le importa es la fosforescencia y los buscadores. Vos también estuviste de acuerdo: te gusta sentirte útil. Querido te guió de la mano hasta la cocina portátil del campamento: «Espero que te gusten las latas. Tenemos de lo que quieras: latas de arvejas, de choclo, de pollo, los gustos están todos en braille. Una vez que las termines de usar tiralas rápido, porque se llenan de vida exótica al instante».

Te agrada su rostro calloso y su actitud de viejo minero. Las jornadas pelando papas en la oscuridad propician el diálogo, demasiado ralo con la mayoría de los niños exploradores.

—¿Por qué no vienen los soldados? —le preguntás un día mientras preparás la comida.

—Las fuerzas ahora están muy ocupadas en Embarcación, con el golpe de estado y todo eso.

—¿El ejército dio un golpe de estado?

—No me parece, esta vez fue desde adentro. Un partido, ahora el otro. A mí, la verdad, me da lo mismo quién gobierne. En Embarcación es todo confuso, no tienen nada fijo donde apoyarse, y la desaparición se va a agudizar.



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