Los enclaves dorados by Naomi Novik

Los enclaves dorados by Naomi Novik

autor:Naomi Novik [Novik, Naomi]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


Las tres permanecimos paralizadas durante lo que a posteriori me pareció un lapso ridículo de tiempo, hasta que Orion siguió sin intentar matarnos el tiempo suficiente para que finalmente empezásemos a creer que no iba a volver a intentarlo. Y en cuanto nos lo creímos, nos pasamos otro rato debatiendo entre susurros sobre qué puñetas íbamos a hacer con él. Liesel propuso dejarlo en el colegio mientras buscábamos a alguien que nos ayudase, cosa que yo ni siquiera me molesté en vetar en voz alta y a la que Aadhya respondió poniendo los ojos en blanco. La siguiente solución obvia era llevarlo directamente a Nueva York con sus padres, solo que aquella idea era, sin duda también, aún peor.

—Nueva York irá a buscarlo allá donde lo lleves —dijo Liesel—. Y si no, irán otros. Es imposible esconder a Orion en ningún lugar del mundo.

—Aun así lo voy a intentar —dije con amargura—. Lo llevaré con mi madre.

No tenía ni la menor idea de lo que haría mamá con Orion. Según mi experiencia anterior, no querría saber nada del asunto, solo querría que me alejase de él. Por horrible que me pareciera, podía llegar a entenderla. Orion no estaba intentando matarnos en aquel momento, pero aquella afirmación parecía sumamente temporal. La piel todavía me hormigueaba por el terror visceral que me provocaba la idea de encontrarme siquiera a su alcance. Y no era la única; Liesel no le quitaba el ojo de encima, con las manos extendidas a los lados, lista para adoptar una posición ofensiva; y Aadhya seguía poniéndome la mano delante cada vez que yo lo miraba, creo que movida por el mismo instinto de detener a alguien que está asomándose demasiado por un acantilado, a un niño o a un borracho, alguien que sabes que puede acabar precipitándose al vacío.

Aad hacía bien en no fiarse. Habría hecho cualquier cosa, por estúpida e imprudente que fuera, para intentar salvarlo, aunque a un nivel visceral entendía que no serviría de nada. Fuera lo que fuera lo que le había ocurrido, fuera lo que fuera lo que le había hecho Paciencia, yo no iba a poder arreglarlo. El único hechizo que habría funcionado habría sido justo el hechizo que había ido a lanzarle: podría haber mirado a Orion a los ojos y haberle dicho que ya estaba muerto, y él no habría tenido más opción que creerme, al igual que Paciencia. Orion estaba muerto, desde luego. Se había quedado encerrado solo en la Escolomancia con la mitad de los mals del mundo, con el peor mal del mundo. Yo había acudido sabiendo que estaba muerto, y aún lo sabía. Y también podría haberlo convencido a él.

Lo que hacía falta ahora era que alguien nos convenciera a los dos de que seguía vivo, que seguía estando en algún lugar de su interior, asfixiándose bajo el peso de un millón de maleficaria. Y la única persona que conocía que tenía la posibilidad de conseguirlo era mamá.

—¿Y cómo vamos a llevarlo hasta allí? —soltó Liesel, profundamente molesta por mi continua negativa a lidiar con la realidad—.



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