El Legado: Las Tierras de la Eternidad III (Spanish Edition) by Kenji Wolfman

El Legado: Las Tierras de la Eternidad III (Spanish Edition) by Kenji Wolfman

autor:Kenji Wolfman [Wolfman, Kenji]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2022-04-30T22:00:00+00:00


Capítulo XII

Las dos caras

Con las manos juntas palma sobre palma, Vaél salió de la ciudad de Lukwos por el sendero hacia las llanuras. Miró al cielo, el astro sol estaba en su cénit. Dejó caer el objeto que guardaba con recelo en sus manos sujetándolo por una fina tira de cuero. Kenji reconoció al momento el objeto. Con cuidado se colgó al cuello el amuleto, el generador de portales, el mismo que una vez le concedió el don de aumentar sus poderes en el Mundo de los Hombres. El dios lobo cerró los ojos dibujando un óvalo en el aire, delante se abrió un portal de viaje hacia un mundo que desconocía.

El recuerdo avanzó con imágenes inconexas que no pudo distinguir. Cuando se centró en una en concreto su antepasado, regresaba a sus aposentos. Cogiendo pergamino, tinta y pluma escribía todo lo que descubría. Se repitió la acción múltiples veces. Viajaba y recopilaba datos durante horas, días e incluso semanas, dejando el gobierno de Lukwos a su esposa e hijos. Su familia estaba al tanto de cada progreso que daba hacia un mejor conocimiento del resto de los planos, sin embargo, en ocasiones se sentían desplazados, sobre todo Kitsune.

Con ese objeto de poder en sus manos podría comprender todos los mundos, sus secretos, ver cómo eran sus habitantes y eso le fascinaba. La sed de conocimientos de Vaél no tenía límites. Pasado algún tiempo entró en un plano frío como el hielo donde el aire cortaba la respiración y la piel se cuarteaba soportando temperaturas extremas. Ese lugar, conocido por Kenji, era el lugar del encierro de su abuelo, Olvidado o más comúnmente llamado el Mundo de los Muertos.

Vaél recorrió la superficie de cabo a rabo, encontrándose con algunos seres etéreos que habían perdido la consciencia de sí mismos, pero sin más señales de vida o, en su caso, de no vida. Sabía que, por algún rincón de esa gélida tierra, debía haber alguna entrada a un mundo subterráneo. Si los elfos oscuros y los enanos vivían en el subsuelo de las Tierras de la Eternidad, ¿Por qué allí no iba a ser así?

Tras varios días, calculados por su mente, pues allí el tiempo no tiene dominio, encontró la entrada a una caverna. La única entrada hacia un mundo inferior: era la entrada a la Cueva Espectral. Recorrió los pasillos de piedra irregular, con el suelo lleno de barro y algunos charcos hasta llegar a una explanada donde un ejército de esqueletos vagaba de un lado a otro sin sentido. Portaban rudimentarias armas como espadas de bronce, con escudos a juego. Algunos llevaban arcos de madera o lanzas, nada tan avanzado como las armas de acero que habían empleado contra Kenji.

El dios descendió hacia el recinto con cuidado de no ser visto por los centinelas. Mirando con detenimiento al fondo de la sala descubrió dos grutas, una a la derecha y otra a la izquierda. En un descuido, mientras observaba las dos grutas, dio una patada a una piedra haciéndola rodar con estruendo hacia la horda de muertos vivientes.



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