El brujo del viento by Susan Dennard

El brujo del viento by Susan Dennard

autor:Susan Dennard [Dennard, Susan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Caden no volvió a atar a Safi, pero la obligó a caminar justo delante de él, a punta de daga y al alcance de la mano, por si le hacía falta agarrarla.

Pero no haría falta, porque Safi no tenía intención de echar a correr. Aunque su piedra hilandera ya había dejado de parpadear, todavía necesitaba escapar, y sus posibilidades de supervivencia eran mucho más altas con un contingente entero de piratas baedyed al rescate que deambulando sola por las calles de Saldónica.

Unas calles que, en efecto, estaban pavimentadas con mierda y basura, como pudo comprobar Safi en cuanto dejaron atrás los pulcros confines del territorio baedyed.

—¿Adónde vamos? —preguntó Safi, inclinando la cabeza hacia atrás para que Caden la oyera. Habían vuelto al mercado a cielo abierto, pero más adelante distinguía claramente los estandartes escarlata de los velas rojas—. ¿No dijiste que los velas rojas nos matarían a todos?

—Y así es —respondió Caden, haciéndose oír sobre el bullicio de la tarde—. Han jurado matar a cualquier cartorriano que vean. Por eso no hablaremos en cartorriano… ni nos quedaremos mucho tiempo.

«¿Dónde?», quiso insistir Safi. «¿Y por qué tengo que ir yo?». Pero no tuvo oportunidad de decir nada, porque se estaban aproximando a un inmenso arco de piedra, custodiado por hombres con más armas que dientes.

Observaron a Safi y a Caden mientras cruzaban el arco. Mala gente. Gente poco recomendable. El escalofrío de su brujería le decía cuanto necesitaba saber. Por suerte, ninguno de ellos hizo ademán de seguir a Safi y a Caden cuando estos se adentraron en el mundo cenagoso que era el territorio de los velas rojas.

Los baedyed habían despejado el terreno y erigido una verdadera ciudad en su zona de la península, pero los velas rojas habían dejado que la jungla campara a sus anchas. Aquel mundo sí que era el que se había imaginado Safi, el que le había descrito Habim. Chozas destartaladas y hundidas junto a gigantescas raíces o encajadas entre ruinas invadidas por la vegetación. Todo era precario. Desorganizado. Y casi todo estaba construido sobre pilotes, como si aquella tierra fangosa fuera proclive a inundarse durante las tormentas.

Los edificios estaban conectados entre sí por pasarelas y puentes de cuerda. Era tan común ver ropa tendida en los ventanucos como cadáveres colgados. Los más recientes estaban hinchados, pero otros se habían descompuesto hasta no dejar más que un mondo esqueleto.

La libertad absoluta permitía esa clase de cosas. Aquello era lo que hacían las personas cuando carecían de normas, cuando no estaban bajo el yugo de algún imperio.

«Cartorra tiene sus defectos, hereje, pero también ofrece seguridad, alimentos, prosperidad, carreteras, educación… Podría seguir, porque la lista es larga».

Maldijo al barda infernal, porque la verdad de sus palabras era innegable. Esas palabras cantaban en lo más profundo de la brujería de Safi, con un latido dorado y reconfortante que no conseguía acallar los erráticos arañazos de las mentiras infinitas que la rodeaban.

Caden la llevó por una angosta calleja que pasaba entre ruinas y árboles. Oyó música lejana,



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