Los Austrias. El imperio de los chiflados by César Cervera Moreno

Los Austrias. El imperio de los chiflados by César Cervera Moreno

autor:César Cervera Moreno [Cervera Moreno, César]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-07-01T04:00:00+00:00


7

FELIPE III, UN LUDÓPATA SIN PASIÓN

DIVERSIÓN, DIVERSIÓN Y CORRUPCIÓN

Permanecía el rey recostado en su silla como un monje fatigado y triste que busca respuestas en la oración… Salvo que Felipe III, el rey abúlico, no tenía nada que hallar. El silencio le susurraba pocas cosas. Tras dedicar su existencia a las diversiones y a metas frívolas, había hecho aparición en su cabeza un corrosivo sentimiento de culpa. Era el remordimiento por no haber cumplido con las expectativas del reino y por haber confirmado la sospecha que martirizó a su padre en el verano que culminó con su muerte. «Dios, que me ha dado tantos reinos, me ha negado un hijo capaz de regirlos», se lamentaba el Rey Prudente, consciente de que la salud del único hijo varón que le sobrevivió era limitada. Su capacidad como gobernante, aún más.

De la generación de los reyes huérfanos, que se criaron con padres ausentes o fallecidos, se retornó a la de los príncipes mal criados. Nacido en 1578, Felipe III fue el cuarto hijo de Anna de Austria y tal vez el que menos papeletas tenía de llegar a adulto. El niño creció enfermizo, enclenque, con un carácter indolente y el cuerpo lleno de herpes. Se atribuía esta debilidad física a haber sido amamantado por una mujer de mala salud, aunque lo más probable es que fuera otra víctima de la alta dosis de consanguinidad acumulada. No se puede olvidar que Felipe III era el fruto de un matrimonio entre una sobrina y su tío, que ya de por sí eran, tanto en el caso de Felipe II como de Anna, el resultado de matrimonios entre primos hermanos.

Precisamente por lo precario de su salud, la educación del joven príncipe fue descuidada y el Rey Prudente prestó más atención en esos años de formación a su hija predilecta, Isabel Clara Eugenia, que permaneció soltera hasta poco antes de la muerte de su padre. Como los futbolistas que calientan en la banda, la infanta se preparaba por si tenía que saltar en el último minuto e incluso ejercía labores de gobierno cuando los ataques de gota dejaban inválido a su padre. En varias cortes europeas surgió el rumor de que «Su Majestad estaba loco y que a esta causa la señora infanta firma las cartas, teniendo el gobierno en su mano». La locura siempre era una sospecha habitual en lo que a los Austrias se refería.

Pues bien, el joven sobrevivió a todos sus hermanos varones y, estando próxima la muerte de Felipe II, hubo que aceptar que él sería el heredero. El rey intentó enmendar entonces la deficiente educación del príncipe, constantemente interrumpida por pequeñas enfermedades, a través de larguísimas instrucciones a las que el joven asentía con fingido interés. Nadie podría reprocharle falta de obediencia o disposición, pero en verdad su capacidad de concentración estaba acotada. García de Loaysa, limosnero real y capellán mayor, fue el maestro del joven y uno de los primeros en advertir al padre de que tenían entre sus manos arcilla aguada, esto es, a un chico poco espabilado.



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