Lengua de plata by Charlie Fletcher

Lengua de plata by Charlie Fletcher

autor:Charlie Fletcher
La lengua: spa
Format: azw3, epub
Tags: Juvenil, Fantástico, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 2009-09-01T06:00:00+00:00


31

La fosa

Edie contempló como la pequeña niña que un día se convertiría en su madre metía la mano debajo del banco para recoger el papel de la chocolatina.

Aunque no podía verla ni oírla, el impulso de establecer contacto con ella era poderoso. A un nivel muy profundo, lo igual llamaba a lo igual.

Edie tendió la mano para acariciarle la mejilla, pero no lo logró.

Era imposible. Por más que se esforzara, por más que lo deseara desesperadamente, no podía tocarla.

Soltó un grito ahogado y volvió a intentarlo, pero en cierto punto una fuerza idéntica a la que se percibe al tratar de unir los polos equivalentes de dos imanes desviaba el movimiento. Llegado a ese punto, los polos se rechazan.

Edie vio que la niña tendía la mano para recoger el papel, vio que tocaba una piedra que surgía entre la hierba y vio que se asfixiaba. Vio que su rostro se volvía pálido y que de pronto abría los ojos y empezaba a temblar violentamente tratando de apartar la mano de la piedra, que el horror le hacía abrir la boca y que un hilillo de saliva manchada de chocolate se escurría entre sus labios.

—¡Suelta la piedra! —gritó Edie.

La niña no podía oírla, pero Edie sabía qué estaba ocurriendo: estaba vislumbrando.

La niña empezó a sollozar presa del pánico mientras lo que fluía a través de ella desde la piedra agitaba su cuerpo.

Era la primera vez que Edie veía a otra persona sometida al efecto de lo que ella consideraba su condena. Como conocía la agonía y la incomprensión que sacudía a la niña, no poder ayudarla le resultaba insoportable.

—¡Suéltala! —gritó.

Entonces apretó los dientes y trató de abrazar a la niña, sacarla de debajo del banco y alejarla de la piedra, pero era como tratar de apretar un trozo de jabón húmedo o un cubito de hielo. No podía aferraría y la niña no notaba la presión de sus dedos. En todo caso no se movió. Las lágrimas anegaron el pequeño rostro y empezó a gritar.

—¡No… no… no!

Las lágrimas de frustración también afloraron a los ojos de Edie. Abandonó el intento de arrastrarla lejos de allí y se acuclilló junto a ella: si no lograba que soltara la piedra, se la quitaría.

—¡No pasa nada! —dijo con voz entrecortada⁠—. ¡No eres tú: es la piedra, no pasa nada!

Entonces tocó la piedra.

Y una aguda punzada de dolor le recorrió todo el brazo hasta el hombro, el cuello y la nuca, sus ojos se abrieron de par en par y vislumbró lo que había vislumbrado la niña de siete años.

—¡Dios mío! —exclamó—. Están todos muertos.

Los fragmentos del pasado se abalanzaron sobre ella, como siempre cuando vislumbraba, y aunque la escena cambiaba con cada punzada de dolor y el relámpago de luz que la acompañaba, la fosa no cambió.

La fosa era una inmensa cantera excavada a mano, en parte oculta por el humo de las hediondas hogueras encendidas en los bordes, a través del cual de vez en cuando se divisaban los tejados bajos de un Londres mucho más primitivo.



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