Las leyes by Marco Tulio Cicerón

Las leyes by Marco Tulio Cicerón

autor:Marco Tulio Cicerón [Cicerón, Marco Tulio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2019-08-30T16:00:00+00:00


LIBRO III

1 M.: Voy a seguir, pues, como me he propuesto, a aquel hombre divino al que, conmovido por una enorme admiración, alabo quizá con más frecuencia de lo que es necesario.

Á.: Sin duda te refieres a Platón.

M.: Al mismo, Ático.

Á.: La verdad es que nunca le habrás alabado demasiado ni demasiado a menudo. En efecto, incluso los nuestros[185], que no quieren que se alabe a nadie sino a su maestro, permiten que le quiera a mi gusto.

M.: Hacen muy bien, pues ¿qué hay más digno de tu exquisitez? Tu vida y tu forma de hablar me parece que han logrado aquella dificilísima alianza de la seriedad con la afabilidad.

Á.: Me alegro con toda mi alma de haberte interrumpido, porque así me has dado tan señalada muestra de tu aprecio. Pero continúa como habías empezado.

M.: Alabemos, pues, en primer lugar a la ley misma con alabanzas fundadas y propias de su género.

Á.: Claro que sí, tal como has hecho con la ley de los deberes religiosos.

2 M.: Veis por tanto que la esencia de la magistratura consiste en gobernar y dictaminar lo que es recto, útil y conforme con las leyes. Y lo mismo que las leyes gobiernan a los magistrados, así gobiernan los magistrados al pueblo, y puede decirse con verdad que el magistrado es una ley que habla y 3 que a su vez la ley es un magistrado mudo. Además no hay nada tan acomodado al derecho y a la condición de la naturaleza —y cuando digo esto quiero que se entienda que me estoy refiriendo a la ley— como el poder, sin el cual no puede mantenerse casa alguna, ni ciudad, ni pueblo, ni todo el género humano, ni la naturaleza entera, ni el propio universo. Porque incluso éste está sometido a la divinidad, y a ella obedecen los mares y las tierras, y también la vida de los hombres 2.4 sigue las órdenes de la ley suprema. Y para venir a cosas más cercanas y conocidas para nosotros, todos los pueblos antiguos estuvieron sometidos en un tiempo a reyes[186]. Esta forma de poder era encomendada al principio a los hombres más justos y más sabios (y además también tuvo máxima vigencia en nuestro estado, mientras lo gobernó el poder real), después se transmitía sucesivamente a sus descendientes, y ello se conserva también en los que ahora reinan. Y quienes no estuvieron de acuerdo con el poder real, no es que ellos no quisieran obedecer a nadie, sino que rechazaron obedecer siempre a uno solo. Nosotros, por nuestra parte, como estamos dictando leyes para pueblos libres y ya dijimos anteriormente en seis libros[187] lo que pensábamos acerca de la forma más 5 perfecta de estado, adaptaremos en esta ocasión las leyes a aquel régimen ciudadano que damos por bueno. Por tanto, son necesarios los magistrados sin cuya prudencia y empeño no puede existir una ciudad, y por cuya organización se mantiene el buen gobierno de todo el estado. Y no sólo se les ha de prescribir a ellos la justa manera de gobernar, sino también a los ciudadanos la de obedecer.



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