Las afinidades electivas (trad. José María Valverde) by Johann Wolfgang von Goethe

Las afinidades electivas (trad. José María Valverde) by Johann Wolfgang von Goethe

autor:Johann Wolfgang von Goethe [Goethe, Johann Wolfgang von]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Psicológico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1808-12-31T16:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

I

En la vida corriente nos ocurre a menudo eso que solemos alabar en la epopeya como recurso del arte del poeta, a saber: que cuando se alejan y se ocultan las figuras principales entregándose a la inactividad, enseguida ocupa su lugar una segunda persona, una tercera, que hasta entonces apenas se había observado, y que a medida que manifiesta toda su actividad nos parece igualmente digna de atención y simpatía, e incluso de alabanza y elogio.

Así, después de alejarse el capitán y Eduard, cada día se mostró más importante aquel arquitecto de quien dependía la ordenación y realización de tantas cosas emprendidas, en las cuales mostró su exactitud, su sensatez y su actividad, ayudando a la vez a las señoras de diversos modos, y sabiéndolas entretener en quietas horas de aburrimiento. Ya su exterior era de los que infunden confianza y despiertan simpatía. Un muchacho, en toda la extensión de la palabra, bien formado, esbelto, quizá demasiado alto, modesto sin temor, familiar sin indiscreción. Gozosamente asumió todo cuidado y esfuerzo y, como calculaba con gran facilidad, pronto no tuvo secretos para él la marcha de la casa entera, y su benéfico influjo se extendió a todas partes. Le dejaron recibir habitualmente a los extraños, y él sabía, ante una visita inesperada, rechazarla o al menos preparar a las señoras de tal modo que no tuvieran ninguna incomodidad con ella.

Entre otros, un día le dio mucho quehacer un joven abogado que, enviado por un noble de aquellas cercanías, habló de una cuestión que, sin ser propiamente de importancia especial, afectó íntimamente a Charlotte. Hemos de recordar este episodio porque puso en marcha muchas cosas que sin él quizá habrían seguido quietas durante largo tiempo.

Recordemos aquella transformación que había emprendido Charlotte en el cementerio. Todos los monumentos se habían retirado de su sitio y habían encontrado lugar a lo largo del muro, en el zócalo de la iglesia. El espacio restante había sido allanado. Salvo un ancho camino que llevaba al templo y, pasando ante este, a la puertecilla del otro lado, lo demás se sembró de diversas clases de trébol, que verdeaba y florecía del modo más hermoso. Conforme a cierto orden, las nuevas tumbas debían ponerse desde el final, pero cada vez había que volver a allanar y sembrar el sitio. Nadie podía negar que este arreglo proporcionaba a la entrada de la iglesia, los domingos y las fiestas, una perspectiva alegre y digna. Incluso el viejo eclesiástico, aferrado a antiguas costumbres, y al principio no contento con la modificación, ahora, sentado a descansar bajo los tilos junto a la puerta trasera, como Filemón con su Baucis, disfrutaba mucho al ver una hermosa alfombra policroma en vez de las desiguales tumbas; lo cual, por otra parte, debía de venir bien a su economía doméstica, puesto que Charlotte había hecho asegurar a la parroquia el aprovechamiento de este terreno.

Pero, a pesar de esto, ya antes muchos feligreses habían desaprobado que se suprimiera la indicación del lugar donde descansaban sus antepasados,



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