Larga vida al Rey Vol. 2: Flores (Spanish Edition) by Irene Morales

Larga vida al Rey Vol. 2: Flores (Spanish Edition) by Irene Morales

autor:Irene Morales [MORALES, IRENE]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2024-02-12T23:00:00+00:00


—¿Seguro que estará bien?

Lo preguntó con una sonrisa, pero no logró disimular la preocupación. Aún a su espalda, Rako rio.

—Tú mírala. Si parece que está pasando el mejor día de su vida.

Al otro extremo de la plazoleta, Hator reía y reía mientras un zagal de su edad le dejaba refunfuñando un par de monedas doradas en la palma. Su siguiente oponente la doblaba en tamaño, pero ella ni siquiera alzó las cejas ante las salpicaduras rojas en su delantal de carnicero antes de saludarlo con una enorme sonrisa y plantar el codo en la mesa.

—Este va muy confiado —comentó Rako y, aunque Sasha no se giró a comprobarlo, sabía que sonreía—. No le doy ni un minuto.

—¿Apostamos?

—¿Con qué? ¿Con el dinero que nos está ganando Hator?

Esta vez fue él quien rio.

Anna y Moira se habían quedado en el bosque, recogiendo el campamento. Con las alforjas vacías de provisiones y los bolsillos de monedas, se habían enfrentado a su primera situación real de falta de medios, pues ni volverían a tener tanta suerte como para toparse con otra Campaña que saquear ni querían presentarse como los héroes de Villa Alfera. Por muy tentadora que fuera la idea de llenarse el buche gratis, sería peligroso exponerse así. Sobre todo sabiendo que la Espiral ya los tenía identificados.

Sasha no podía esperar a llegar a Graendar, aquel pueblo entre montañas al que, según las brujas, resultaba imposible ubicar (y más aún acceder) sin guía local. No podía esperar a volver a sentirse seguro.

Como toda gran solución, había empezado siendo una broma. Había empezado con Anna preguntándole a Hator dónde estaba el pastizal que le había sacado a base de pulsos a aquel muchacho del Solsticio, y con Hator confesando que «el muy listillo» lo había recuperado poco después gracias a una adivinanza «dificilísima». Y, después de reírse a su costa durante lo que a la pobre le parecerían horas, se había hecho un silencio pensativo igual de largo. «Mientras nadie le pida la revancha en acertijos, esto está hecho», había sentenciado Rako antes de partir a galope hacia el pueblo más cercano, donde Hator había irrumpido apostando cinco demos a que nadie conseguiría ganarle un solo pulso.

Las primeras rondas habían sido pan comido para ella, adolescentes que veían dinero fácil en tumbar a la rubita de la plaza pero que se marchaban cinco demos más pobres con el rabo entre las piernas. Muchos volvieron a por la revancha, uno incluso trayéndose una mesita de madera porque «cuando pudiera apoyar bien el codo otro gallo cantaría». Media hora más tarde, una yaya que no paraba de reírse había añadido dos sillas al conjunto y a la media hora siguiente una larga fila de envalentonados aldeanos esperaba su turno.

«Ah, qué lista», había murmurado Rako justo entonces, cuando Hator se había puesto en pie sobre su silla para anunciar que el vencedor se llevaría el bote entero.

Y en ese momento, dos horas después del primer pulso, el carnicero se ponía en pie entre ovaciones y burlas, mirándose incrédulo la mano que le había hecho perder cinco demos.



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