La sonrisa de Martina by Minerva Ros

La sonrisa de Martina by Minerva Ros

autor:Minerva Ros
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2021-12-05T14:37:52+00:00


Capítulo 7

Siempre han dicho que hay cierta riqueza escondida en lo rutinario, y ahí los ves, viviendo con pasión su mediocridad, su tarde de compras, su conversación vacía. En su mesa puesta a la hora de la cena nunca ha habido más que un simulacro de abundancia, hecha de naufragios de otras vidas posibles y despojos. No. La emoción y la energía son el eje. Ese punto de unión que conecta la vida con la realidad, una conexión indivisible, imposible de compartimentar. Una vez la descubres, la empiezas a buscar en cualquier movimiento, cualquier intento o pulsión; la observas en la unión de los anhelos, la cotidianeidad hecha de excepciones. Y a mí, que nunca me había ocurrido que todos los vectores coincidiesen, de repente, encontré esa satisfacción eterna en el movimiento de sus caderas.

Ella no era consciente de cómo se movía, incluso dormida. No era consciente de su efecto. En apariencia, tampoco se podía descubrir si no era tras haberla probado. Despertar y tenerla al alcance de la mano me provocaba una descarga de energía que no sabía canalizar si no era dejándome sumergir en su ritmo y su cadencia. Aun dormida, bocabajo, en las primeras luces del alba, ella se abría a mí; si no de primeras, sí después de haber insistido, de un digno repaso a sus zonas más sensibles con la punta de mi lengua. La escuchaba ronronear y la emoción se presentaba. A menudo se quedaba así, adormilada y mojada, y yo entraba en ella por detrás sin haber aún abierto el día. Su trasero me recibía con generosidad, y yo me agarraba a él como a mi tabla de salvamento. Me dejaba al final agotado, satisfecho. Después era imposible que la rutina me alcanzase ese día.

Se había tomado el lujo de quedarse tumbada un rato más en el sofá cama que Julio le había acondicionado en lo que solía ser su despacho. Era cómodo. Al menos, ella había dormido como una reina. De hecho, creía que se había quedado dormida revisando el manuscrito, porque el libro impreso estaba por algún lado entre las sábanas.

El día despertaba en la calle; no se escuchaban ruidos al otro lado de la puerta, pero sabía que Julio no se había ido aún. La noche anterior, cuando hablaron de cómo organizarse, ella le pidió que le avisara antes de marcharse, por si se quedaba dormida. Solía ocurrirle, cuando se sumergía en una de aquellas ediciones difíciles, que se le iba la hora por la noche y se le descontrolaba el ritmo diurno. No quería ser un zombi en casa de Julio y ocasionarle más problemas. No más aún.

Se desperezó y escuchó unos toquecitos en la puerta.

—Abre, estoy despierta —dijo ella, incorporándose, con la cara de sueño, el pelo revuelto, tapándose como una vieja actriz de Hollywood con la sábana a pesar de llevar puesto un pijama aburrido y antierótico.

Le llegó el aroma a recién duchado y a su perfume habitual, y terminó de despertarse del todo. No podía dejar de mirarle.



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