La sonrisa de los peces de piedra by Rosa Huertas

La sonrisa de los peces de piedra by Rosa Huertas

autor:Rosa Huertas [Huertas, Rosa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2017-04-01T00:00:00+00:00


XV. NADIE PUEDE PARAR

Aunque parecíamos vivir en un momento de superficialidad, la situación en España era complicada: sufríamos los efectos de una aguda crisis económica y el maldito terrorismo de ETA mataba a una persona cada tres días. La reciente democracia se mantenía a flote con dificultad y la realidad era más compleja de lo que queríamos ver. Las noticias nos llegaban por la mañana, envueltas en una capa de pesimismo, y por la noche huíamos de ellas a golpe de música y alcohol.

Los domingos por la mañana nos acercábamos al Rastro, aunque la noche anterior apenas hubiésemos dormido. Aquello era un hervidero de gente, como ahora, pero con un punto creativo y novedoso especial. Santi y Manu compraban fanzines, unas revistas alternativas que editaban de forma casera gente que ellos conocían: ilustradores, escritores, críticos, músicos, dibujantes… personas que necesitaban crear y mostrarlo aunque fuese de manera minoritaria y escasamente comercial. No se trataba de ganar dinero ni de hacerse rico, que es lo único que interesa ahora, se trataba de estar vivo y de inventar algo nuevo.

Les gustaban sobre todo publicaciones como 96 Lágrimas, Lollipop y Dezine, que compraban por precios ridículos. En el Rastro nos encontrábamos con conocidos de La Vía Láctea y del Penta. Éramos los mismos en todas partes, dueños de la ciudad a todas horas, habitantes de un universo febril que nunca descansaba.

Lo mejor de los paseos por el Rastro era que ellos dos siempre me regalaban algo. Como Santi quería convertirme en una mujer culta, me compraba revistas y libros. El primero que me regaló fue El lobo estepario, de Herman Hesse. Sin embargo, Manu prefería comprarme algo de bisutería de la que hacían los hippies. Creo que todavía conservo un colgante con el símbolo de la libertad que llevé puesto durante varios años.

Nunca nos perdíamos las exposiciones del Círculo de Bellas Artes, eran todo un espectáculo. Pintores, escultores, fotógrafos… todos deseaban exponer allí, mostrar su genialidad o su extravagancia. Recuerdo una sala llena de gente sentada en el suelo, fumando y charlando; del techo colgaban latas y cubiertos, pero no me acuerdo qué se exponía en las paredes. Supongo que todo era una excusa para compartir, para hablar y para reunirse.

También acudíamos con frecuencia al cine, pero no tanto a las películas de estreno como a la filmoteca, que también se encontraba en el Círculo, donde se proyectaban clásicos del cine que yo nunca había visto. Algunas películas me gustaron, como La reina de África o Roma ciudad abierta y con otras lloré muchísimo, como con La strada de Fellini. Vimos el ciclo completo de cine italiano y casi todo lo que se proyectaba. Lo mejor era que después las comentábamos en la cafetería, durante horas, hasta que nos echaban de allí.

Manu prefería las películas de estreno, aunque frecuentaba la filmoteca con nosotros. Le fascinaba Almodóvar y, alguna vez de las que coincidimos en La Vía Láctea o en otro local, se acercó a hablar con él.

Acabamos conociendo, aunque solo fuese de vista, a bastante gente.



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