El demonio de la tarde by Josep Sampere

El demonio de la tarde by Josep Sampere

autor:Josep Sampere [Sampere, Josep]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2007-12-31T16:00:00+00:00


La otra Abril hizo una pausa, se quitó las gafas por primera vez y me clavó una mirada oscura e insondable como el cielo nocturno que se extendía encima de nosotros, subrayada por unas ojeras profundas. Percibí que era una mirada hostil, aunque me pareció que no tenía yo la culpa. Más bien diría que, después de recitar el poema, había empezado a mostrar cierto resentimiento hacia el escultor. O puede que ya lo mostrara un poco antes, justo cuando sacó a relucir el asunto del insomnio. En sus ojos había algo turbio. Una especie de somnolencia. ¿O no sería más que un efecto secundario de las ojeras? De pronto, atando cabos, intuí de qué se trataba: Abril tenía la mirada de una insomne. Aunque no conocía a ninguna, su mirada hablaba por sí sola. Turbia y soñolienta, pero al mismo tiempo despierta y penetrante. La terrible paradoja del que desea dormir con todas sus fuerzas pero no lo consigue.

De nuevo se puso las gafas, ocultando esa nueva coincidencia con aspecto de somnolencia.

—El escultor —prosiguió— empezó a fabricar ojos.

—¿Cómo? —exclamé, atónito.

—Ya me has oído —replicó—. El escultor empezó a fabricar ojos. No soportaba tenerlos abiertos cuando todo el mundo los cerraba. Por eso, al soplarle los ojos por enésima vez, Abril se los abrió de pronto y le inspiró la idea de un periodo «ocular», del mismo modo que otros artistas pasan por periodos «impresionistas» o «abstractos». Gracias a esos ojos tendría compañía, una legión de insomnes sin cuerpo que velarían por él… Ante su mirada escrutadora, de fieles guardianes nocturnos, quizás no pensaría tanto en recurrir a los somníferos para dormirse de una vez por todas.

—O sea, que le rondaba la idea de hacer algo radical —dije empleando los términos de mi padre.

—De tarde en tarde —respondió Abril—. O sería más exacto decir «de noche en noche», durante esas horas interminables que pasaba en blanco. La idea de las crisálidas le sirvió para ahuyentar sus ideas negras.

—¿Te refieres a los capullos de que habla mi padre?

—A los mismos —repuso.

—De modo que también existen —dije.

—¿Encontraste los que dice que recogió?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué lo dudas?

No supe qué responder.

—Pues bien —prosiguió—, los ojos que fabricaba estaban encerrados en una especie de capullos de material orgánico. Estos se abrían en la oscuridad, como flores nocturnas, y de su interior salían volando los ojos, llevados por el viento como si fueran semillas, resplandecientes como luciérnagas. Solo duraban una noche. El escultor los esparció por Duria y sus alrededores en grandes cantidades. Fue una de sus obras más celebradas, si bien, una vez más, nadie comprendió su sentido oculto. Aún hoy puedes encontrar algunos que no llegaron a «estallar», como una especie de residuos inofensivos de la guerra que libró el escultor consigo mismo.

La guerra se estaba librando en mi interior, y lo que estaba en juego era mi credulidad. Rodeé el banco y me planté delante de ella resueltamente.

—Todo lo que me cuentas está muy bien —dije—. No sé adónde nos va a llevar,



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