La Pension Eva by Andrea Camilleri

La Pension Eva by Andrea Camilleri

autor:Andrea Camilleri
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Misterio
publicado: 2011-01-20T21:26:14+00:00


5

Una temporada en el infierno

Hubo un tiempo, si mal no recuerdo, en que mi vida era un festín en que todos los corazones se abrían, e que todos los vinos corrían.

Una noche senté sobre mis rodillas a la Belleza.

Y me supo amarga.

Arthur Rimbaud,

Una temporada en el infierno

Durante los primeros días de marzo de 1943, las incursiones aéreas asolaron el pueblo mañana, tarde y noche como un perro rabioso. La gente disponía apenas de media hora entre un bombardeo y otro para resolver sus asuntos. El caso es que a los ingleses se les habían añadido los americanos, con todo su poderío. Los aviones americanos soltaban las bombas sin ton ni son, a lo loco, sin elegir los objetivos, a boleo, mientras que los ingleses sólo bombardeaban donde tenían motivos para bombardear: el puerto, los barcos, la central eléctrica, la estación. Las bombas americanas destruyeron medio pueblo, causaron decenas y decenas de víctimas inocentes, y asustaron tanto a la población que todos abandonaron sus casas y se fueron a los refugios, llevándose las camas y las sábanas, y solo salían de allí los que tenían necesidad absoluta de hacerlo. Era muy difícil desplazarse de un pueblo a otro, pues los autocares de línea y los trenes eran constantemente ametrallados y bombardeados. Además, desde la península ya no llegaba correo, ni periódicos, ni medicinas, ni ninguna otra cosa necesaria, pues los barcos no conseguían cruzar el estrecho de Mesina y los aviones eran tan numerosos que parecían pájaros en el cielo y no se les escapaba ni una barquita.

Obviamente, la pensión Eva también se vio afectada por esa situación. No es que hubiera menos clientes; al contrario, éstos habían aumentado; lo que había cambiado era que ya no se quedaban de palique con las chicas ni tonteaban con ellas. Entraban, consumaban a toda prisa, pagaban y se largaban. Ya no se oía la voz de la señora Flora exhortando de vez en cuando: «¡Chicos, a la habitación!»

El asunto se había convertido casi en una necesidad, una necesidad de sentirse vivos todavía. Ya no se trataba de placer. La señora Flora les dio a Ciccio y Nenè una explicación que a los dos amigos se les antojó perfecta: «Con el miedo a la muerte, aumentan las ganas de follar.»

Pero la consecuencia más importante fue que a partir del 10 de marzo ya no fue posible el cambio de la quincena. Entre enero y febrero, ocho chicas, tres en Mesina y cinco en Palermo, habían perdido la vida en un desplazamiento. ¿Podían los administradores de los burdeles perder una mercancía tan valiosa y, dado los tiempos que corrían, tan difícil de encontrar?

Y así fue como las chicas que el 10 de marzo se hallaban de servicio en la pensión Eva, de aves migratorias se convirtieron en estables. El equipo femenino quedó integrado por las que estaban en el pueblo en el momento del cierre, a saber:

Angela Panicucci, de nombre artístico Vivì.

Romilda Casagrande, de nombre artístico Siria.

Francesca Rossi, de nombre artístico Carmen.

Giovanna Spalletti, de nombre artístico Aida.



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