La niña duende by George Sand

La niña duende by George Sand

autor:George Sand [Sand, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1849-01-01T00:00:00+00:00


XIX

A Landry lo conmovió, no sé cómo, la forma en que la Fadette hablaba humilde y tranquilamente de su fealdad y, recordando su cara, que no veía en la oscuridad de la cantera, le dijo, sin intención de halagarla:

—Pero, Fadette, no eres tan fea como crees, o como te gusta decir. Las hay mucho más desagradables que tú a quienes nadie les reprocha nada.

—Lo sea un poco más o un poco menos, no puedes decir, Landry, que sea una muchacha bonita. Venga, no intentes consolarme, que de eso no tengo pena.

—A saber cómo serías si te vistieras y te peinaras como las demás… Hay algo que todo el mundo dice: y es que, si no tuvieras la nariz tan chata, la boca tan grande y la piel tan negra, no estarías mal; porque también dicen que por toda la comarca no hay un par de ojos como los tuyos, y, si no tuvieras la mirada tan atrevida y tan burlona, a uno le gustaría que esos ojos no lo mirasen mal.

Landry hablaba así sin darse demasiada cuenta de lo que decía. Estaba recordando los defectos y las virtudes de la Fadette y, por primera vez, le concedía una atención y un interés de los que no se habría creído capaz poco antes. Ella lo notó, pero no lo demostró porque tenía demasiada cabeza para tomarse la cosa en serio.

—Mis ojos miran bien lo que es bueno —dijo— y con compasión lo que no lo es. Me consuela, pues, mucho desagradar a quien no me agrada y no entiendo por qué todas esas muchachas guapas, a las que veo que cortejan, son coquetas con todo el mundo como si todo el mundo fuera de su gusto. Yo, si fuese guapa, no querría parecerlo y resultar grata sino a quien a mí me conviniera.

Landry pensó en Madelon, pero la Fadette no lo dejó pararse en esta idea; continuó hablando como sigue:

—Este es, pues, Landry, todo mi error con los demás, y que no intento buscar su compasión ni su indulgencia con mi fealdad. Y que me muestro a ellos sin ningún artificio para disfrazarla, y eso los ofende y les hace olvidar que a menudo les he hecho un bien y nunca un daño. Por otra parte, aunque cuidase mi apariencia, ¿de dónde iba a sacar con qué ponerme guapa? ¿He mendigado alguna vez aunque no tenga un cuarto? ¿Me da mi abuela algo que no sea techo y comida? Y, si no sé sacar partido a los pobres trapos que mi pobre madre me dejó, ¿tengo yo la culpa de que nadie me lo haya enseñado y de que desde los diez años esté abandonada, sin amor ni compasión? Bien sé el reproche que me hacen y que tú has tenido la caridad de ahorrarme: dicen que tengo dieciséis años y que bien podría colocarme, que entonces tendría jornal y medios para arreglarme, pero que por afición a la pereza y al vagabundeo me quedo con mi abuela, y eso que no me quiere y que tiene posibles de sobra para coger una criada.



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