La mujer pintada by Teresa Arijón

La mujer pintada by Teresa Arijón

autor:Teresa Arijón [Arijón, Teresa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2022-05-01T00:00:00+00:00


XXX

Los últimos viernes de cada mes, cinco poetas de distintas generaciones, de todas las filiaciones y tribus, se reunían a leer sus poemas en un aula pequeña del entrepiso del Rojas. Admirados, ignotos, oráculos, lisérgicos, casuales: todos convergían en La Voz del Erizo, epicentro de las lecturas poéticas en la Buenos Aires de los noventa. Faltar a la cita era impensable, e importaba tanto escuchar a los otros como leer. La infinita riqueza abandonada de la que hablaba Edgar Bayley estaba ahí.

En el Erizo conocí a mis compañeros de ruta; allí escuché a Bignozzi, a Irene Gruss, a Ponce, a la Colombo (solo me faltó la druida uruguaya Marosa di Giorgio). Gracias a la generosidad de su hacedora, Delfina Muschietti, los nuevos teníamos la oportunidad única de leer junto a los grandes. Una noche me tocó con Francisco Madariaga. De saco gris y camisa celeste abotonada hasta el cuello, se ubicó detrás del escritorio y extrajo tres hojas mecanografiadas de un portafolios. Alisó el papel para enderezar los bordes, irguió su hermosa cabeza y pronunció dos palabras que retemblaron el aire: La contragaucho. Madariaga no necesitaba micrófono para hacerse oír. La voz corcoveaba, río de antiguos perfumes y selvas. Sentada a su lado, se me iban los ojos. Intentaba espiar el poema en la página, me adelantaba unas líneas para seguirle el tranco a esa voz que me arrojaba lejos y volvía a alzarme como un viento. Mi cuerpo quería irse allá, donde él estaba, en el centro del palmar con sus jaguares y sus bandoleros. Una realidad hosca y sagrada ardía en el poema, y el poema enlazaba la historia de un país perdido.

Cuando se juntaban en La Paz después del Erizo, María, Mirta y Diana conversaban hasta que amanecía. Los más jóvenes nos íbamos sumando y siempre había que agregar sillas: compartir mesa con la tríada superpoderosa equivalía a asistir a un taller gratuito y espontáneo de poesía, feminismo y traducción. Una de esas noches, Rosenberg ganó dos apodos que después adoptó como identidades alternas: Gertrude (por Stein, a quien adoraba) y Gato (por su andar y sus inmaculadas Topper blancas). Había entrevistado a Thénon con Bellessi y juntas habían traducido El Maestro, el poema de HD para Sigmund Freud. Las dos fumaban: Diana sin parar, Mirta con intermitencias. El cigarrillo marcaba el ritmo de sus intervenciones, el disenso, las pausas. Diana traía en los ojos el Paraná de Juanele, las orillas. Mirta citaba a Padeletti y acuñaba axiomas para excéntricos y desplazados. Moreno permanecía muda, mirando al frente con su vaso de whisky, que bebía a sorbos envuelta en el humo de las otras dos. Hasta que decía algo que nunca nadie había pensado. Dinamita rubí.

Y la risa, siempre la risa. Ellas ponían en práctica un feminismo audaz y creativo, con un implacable sentido del humor. No sé qué hacer, tengo dos almas (había escrito Safo). Yo, que solo tengo una —y concedida desde hace relativamente poco tiempo— aún sé menos (parafraseaba Rosenberg).

Refugiada entre copas y ceniceros, yo dibujaba en un cuaderno Rivadavia de tapas duras.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.