La maraña de los cien hilos by Rosa Romá

La maraña de los cien hilos by Rosa Romá

autor:Rosa Romá [Romá, Rosa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1976-12-01T00:00:00+00:00


… me llaman Paula

Ella tenía el cuello largo, la piel fina muy blanca y delicada. Era rubia y hermosa, revestido su esqueleto de piel suave, se sentaba al sol en la terraza, sobre el suelo rojo de baldosas calientes, se soltaba el cabello tan dorado y tan largo, se untaba de cremas para que los rayos no la quemaran. Quería estar negra. Calentaba su cuerpo bajo el sol. Su piel tersa y blanca iba enrojeciendo. Sus cabellos brillaban mecidos por la brisa. Y todas las mañanas, reclinada en la hamaca, nunca me miró a los ojos para no encontrarme. Me odiaba porque yo no olía a jazmines sino a lejía. Ella olía a jazmín y sus encías eran rojas y frescas, los dientes iguales, blancas perlas mordiendo a pequeños bocados lo mejor de la vida, con miedo a indigestarse, con miedo a perder el sabor.

Un ser vacío, una muñeca, figura de porcelana, de ojos muertos, de piedra. «Una pequeña burguesa tonta», habrías dicho al verla, «sólo sirven para ir de compras porque en el lecho son apáticas», dirías. Pero ella se arreglaba de noche y de día. El cepillo recorría sus largos cabellos una y otra vez. Nunca oía si le hablabas, sorda y ciega a todo lo que no entrara en su vida y en sus gustos. Una planta de invernadero que se aireaba entre las jardineras de la terraza intentando arrebatar al sol su resplandor. Quería vestirse de sol. Un ser oscuro, una planta delicada y hermosa que adorna bien. Una planta que hay que regar, alimentar y cuidar. Costaba demasiado sacrificio para tan poco perfume. Aroma de jazmín, cremas y aceites. Y no tenía aroma.

Pero tú ya no estabas. Te habías ido, ¿dónde? Me lo he preguntado sin cesar, cientos, miles de veces.

Y ni una carta, ni un adiós, sólo el recuerdo de días diáfanos alumbrados por el eco de tu voz que nunca muere. Noches oscuras con susurro de besos amorosos. Te fuiste, aunque no del todo. Me acompañas a ratos. Aún siento esos brazos, el sudor de tu frente aquella tarde del último día de un verano lejano. El sudor de tu mano, tus ojos enloquecidos. Y nunca más… todo, todo se ha ido.

Tus pies iban y venían, intranquilos, furiosos. Te movías, un paso y otro paso. Siempre tus pies. El sonido de un zapato brillante de punta fina que ya no existe, quién sabe dónde está. Se fue contigo, como tú, y ni siquiera se han vuelto a fabricar. ¿Dónde estás tú? ¿Por qué huyes cuando mi mano consigue alcanzarte? Si oigo tu jadeo, la risa burlona y esa voz siempre sabia que repite en mi sien y aviva su latido: «No sirven para amar esas mujeres. Esta sociedad artificial ha fabricado muñecas sin sentido. No sirven para amar», decías, «han querido hacerlas tan ignorantes. Creen que el candor de la hermosura lo da la ignorancia. Y no hay mujer más bella que la que ha vivido. No hay mejor amante que la que ha sufrido.



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