La isla de la calavera by Núria Masot

La isla de la calavera by Núria Masot

autor:Núria Masot [Masot, Núria]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2018-11-22T00:00:00+00:00


* * *

Luppa de Santo Stefano, erguida como un palo de escoba, oía la voz de su marido en la lejanía. Era como encontrarse en el centro exacto de una repentina tormenta que la zarandeaba sin piedad. Aquella voz lejana e insistente se inmiscuía en sus pensamientos y le impedía reflexionar con claridad. El cuerpo de su hermano Conrado aún estaba caliente y Pere de Capdevila no la dejaba en paz con su insistencia.

—¿Me estás escuchando, Luppa?

—¿Tengo otro remedio, Pere? Desde que los hombres del Veguer han descolgado a mi hermano, que no has parado de hablar. Estoy mareada de tanto discurso, cansada, deberías entenderlo —murmuró en un inútil intento de rebeldía.

—Lo que yo entiendo, Luppa, es que en toda esta tragedia hay algo que no quieres decirme —aseveró Pere sin una pizca de compasión—. No creo que tu hermano se colgara, no voy a mentirte. A pesar de todas las teorías de los hombres del Veguer es poco probable, Conrado no era de esos…

—¿De esos? ¡Qué intentas decirme! —saltó bruscamente Luppa con el rostro crispado—. Conrado era un pobre infeliz, no hacía más que beber y andar con mujerzuelas. ¡Por Dios bendito, qué diablos se necesita para colgarse de una soga! Posiblemente, estuviera tan bebido que ni se diera cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Eso es lo que yo creo!

—Una creencia muy oportuna, Luppa. —Pere lanzó una amarga carcajada—. Pero eso era exactamente lo que hacía vivir a tu hermano, querida. Un libertino borracho que disfrutaba con su infelicidad y no dejaba de buscarla. Sin responsabilidades ni complicaciones y viviendo del sudor de los demás. Es absolutamente imposible que ese vividor se suicidara, no me lo creo por mucho que intentes convencerme, no, de ninguna manera.

—Por lo menos guarda un respeto por los difuntos, Pere, y…

—¿Eso es lo que hacías esta mañana en la catedral, Luppa, presentar tus respetos a los difuntos? —rugió Capdevila interrumpiéndola con brusquedad—. ¿Te ayudaba Girolamo Salina en tus plegarias?

—¿Me estás espiando, Pere? —los ojos de Luppa brillaron de indignación—. ¿Has enviado a ese imbécil que tienes de criado para que siga mis pasos?

—Si, querida, te estoy espiando antes de que tu comportamiento arruine mi negocio y mi buen nombre, eso hago. ¿Alguna otra queja más que añadir? —cortó Capdevila tajante.

—Si he hablado con Girolamo Salina ha sido por un motivo importante, Pere. —Luppa tragó saliva antes de continuar—. Quería comunicarme la muerte de mi padre.

—¿Tu padre ha muerto? ¿De qué? ¿Cómo ha muerto el cabrón de Enrico? —por un breve instante, Capdevila pareció sorprendido.

—¡Se ha colgado al igual que Conrado!… Debe ser una antigua tradición familiar que hasta ahora desconocía —intentó bromear Luppa sin conseguirlo.

—¡Ja, eso si que es bueno, Luppa, una tradición familiar! —se mofó Capdevila—. Acabas de enterrar a media familia y aún te quedan energías para bromear. ¿Vas a seguir tú con la tradición, querida? Puedo regalarte una bonita soga de seda… ¡No me vengas con cuentos estúpidos, mujer! Tu padre tenía tantas ganas de colgarse como tu querido hermano.



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