La final de nuestras vidas by Andrés Burgo

La final de nuestras vidas by Andrés Burgo

autor:Andrés Burgo [Burgo, Andrés]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Deportes y juegos
editor: ePubLibre
publicado: 2019-02-22T16:00:00+00:00


* * *

Los retenes de seguridad en los estadios, más en los partidos importantes, son opresores. Puedo acumular 40 años de tribunas y palcos de prensa, pero permanecer en esas esclusas humanas, a la espera de que nos dejen avanzar, embotellado entre policías desafiantes e hinchas que sacan chapa de valientes gritando «abran» o «dale que empieza el partido» como si fuesen a desenrollarnos alfombras rojas, es el trance del fútbol que me genera mayor asfixia: me falta el aire, boqueo como un pez fuera del agua. Y a veces son una trampa. Cuando al fin nos abrieron el paso a los 300 o 400 hinchas que nos apretujábamos y comenzamos a enfilar por Lidoro Quinteros, un policía nos tiró gas pimienta desde tres metros. No tenía ningún sentido, salvo el de la agresión gratuita. O tal vez era la venganza instintiva de quien sabía que el operativo había fallado, adrede o no, de manera escandalosa.

Al ataque más infundado siguió lo de muchas otras veces: gente a las corridas, llorando e insultando, con nenes y mujeres en el medio. Apuramos el tranco como ganado y la situación se fue normalizando a medida que nos acercábamos al Monumental. En un cacheo nos palparon y en otro mostramos el DNI. Nunca mostramos la entrada. Ya al pie del estadio, el ingreso más despejado era el portón de la derecha, pegado a la platea San Martín, pero como lo habíamos utilizado sin suerte antes del partido de la derrota contra Grêmio, le dije a Esteban y a Daniel que fuéramos por un acceso del medio. Las cábalas no se negocian. Ya estábamos a punto de sortear las vallas que anteceden a los molinetes cuando vi a un colega de televisión, de un canal del Grupo Clarín, trabajando en un móvil en vivo sobre Figueroa Alcorta. Lo conozco de años de profesión y fui a saludarlo, pero entonces advertí que estaba ocupado en algo más que en salir al aire: intentaba despegarse de un hincha que lo culpaba de trabajar en el multimedios más grande de Latinoamérica. Si estas finales de la Copa Libertadores terminarían de profundizar la grieta entre River y Boca, lo que mi colega sufría era la fractura entre kirchneristas y antikirchneristas.

Intenté decirle al hincha algo así como «Flaco, te estás equivocando de enemigo, ¿querés que elija donde trabaja? Si ya es un milagro que trabaje, y encima de periodista». Entonces se acercó otro hincha que merecería ganar el premio 2018 a las mejores intervenciones callejeras:

—¿Y vos de qué trabajás? —le preguntó al fanático que recriminaba a mi colega.

—En un shopping —le respondió.

—¿Y sabés si el dueño del shopping es macrista o kirchnerista? Dejalo en paz, che.

La pregunta lo enmudeció y el asunto quedó ahí; era hora de subir a la tribuna. De la calle pasé a la vereda, sorteé el vallado metálico en forma de «S», llegué a los molinetes y saqué mi entrada del bolsillo. Esteban, que había avanzado un par de metros, ya ingresaba. Me distraje por anteúltima



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