Berta Isla by Javier Marías

Berta Isla by Javier Marías

autor:Javier Marías [Marías, Javier]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2017-04-01T04:00:00+00:00


Ahora sí soltó el puñetazo en la mesa, bailaron los ceniceros y los objetos que había encima —una lupa, un relojito, una brújula, cayó una figurita de plomo que representaba a dos duelistas a sable—, los vasos de whisky que estábamos tomando, tintineó mucho el hielo, temí que se despertaran los niños recién acostados en su habitación, al caer la tarde. Su cara por lo general amable —incluso cuando atormentada— se transformó en una de ira, los ojos disparados sin brújula. Pero lo más irreconocible fue la voz de nuevo, me pareció la de un viejo. Colérico, pero un viejo:

—Ni se te ocurra compararme con los sociales. No vuelvas a hacerlo nunca. Qué diablos tiene que ver un régimen dictatorial que salió de una guerra espantosa y fue contra sus compatriotas durante décadas. Qué tiene que ver con una democracia antigua que luchó contra lo peor que ha habido en la historia, de hecho contra los aliados y protectores de Franco. De ahí es de donde viene Inglaterra: de la guerra contra esta gente, del bando opuesto. No te atrevas a compararme. Tú qué sabes. Tú qué sabes lo que evitamos, el bien que hacemos y a cuántos. Tú qué sabes lo que se cuece en el mundo, en cualquier sótano o taberna, en cualquier granja. Tú qué sabes.

Tuve la sensación de que estaba a un paso de ponerse violento, algo insólito en él, quiero decir físicamente. ‘Así que es capaz’, me vino como una ráfaga, ‘lo habrá aprendido en sus entrenamientos.’ Ahora fui yo quien tuve un poco de miedo, pero era otra clase de miedo, el del instante, el repentino, el del grito y el golpe y el tono áspero y airado; no el suyo silencioso constante, el vigilante, el despiadado, el vengativo, el que monta incesante guardia y escruta el horizonte buscando una amenaza para machacarla, en el que llevaba años aposentado y de él no sabría salirse. Y era la voz inverosímil, ya digo, lo que más temor me infundía, mucho más que el puñetazo en el cristal grueso de la mesa y la expresión de fiereza en su rostro: aquella voz de hombre anciano y sin embargo vigoroso, como correspondía a la edad que tenía. Pero ya que había avanzado, no iba a callarme a las primeras de cambio, al primer sobresalto. Había respetado sus condiciones durante años y había seguido a su lado, bien es cierto que por mi voluntad y porque continuaba queriéndolo, no es fácil dejar de querer a quien se ha resuelto querer desde muy pronto, se fraguan en las edades tempranas las mayores persistencias; quizá también por mi conveniencia, aquella vida era aceptable dentro de todo, y hasta privilegiada a ratos; a todo se acostumbra uno y a las separaciones llevábamos acostumbrados desde el inicio y la impaciencia se va amortiguando, no va en aumento, cómo no iba a vadearla ahora, con los treinta ya cumplidos. Tampoco le estaba haciendo preguntas concretas sobre sus viajes ni sus misiones ni sus posibles crímenes con beneplácito, sobre lo que no estaba autorizado a contarme.



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