¡A las armas! by Quique Peinado

¡A las armas! by Quique Peinado

autor:Quique Peinado [Peinado, Quique]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2015-05-14T16:00:00+00:00


FÚTBOL

Poli Díaz tiene una hermana monja y un hijo negro. Por suerte no se ha enterado Almodóvar, pero es así. El Rayo, en mi adolescencia, tuvo a su monja y a su negro: Teresa Rivero, señorona salerosa y soberbia, a la que su marido le dio como entretenimiento un club de fútbol y se vino tan arriba que llegó a ser líder de primera y portada de Marca, siempre con el traje de chaqueta, la permanente pétrea y llegando tarde al campo, que no era plan de descuidar a la familia, que es lo primero. Su gobierno, consentido y jaleado por una grada que hasta que aparecieron los Bukaneros era más folclórica que reivindicativa, tuvo muchos momentos álgidos, pero para mí ese Rayo de mi adolescencia siempre será Willy. Wilfred Agbonavbare, que vino de ninguna parte para ser seis temporadas nuestro portero, de mis 11 a mis 17 años, y después volver a ninguna parte. Era mi mocedad de pie en el lateral, con la peña Los Petas, oliendo a verde amistad y comiendo bocadillos. Viendo a uno alto, que se colocaba delante de mí y que decían que era miembro de Ska-P, escupir al linier con disimulo. Eran los días en los que Willy volaba de palo a palo, siempre fiel al Rayo, el equipo que lo sacó de África.

Ahora la puerta por la que entran los Bukaneros al campo lleva su nombre, pero antes solo ellos no lo olvidaron. Le hicieron un homenaje en el campo, en uno de esos partidos contra el racismo que organiza el club empujado por su grada. El campo se caía, «¡Willy, Willy! », y Willy saludaba y se emocionaba. Y al día siguiente, a trabajar cargando paquetes en MRW, su casa después del fútbol. A llevar la vida de un trabajador, lo que fue toda su vida, aunque entre medias hiciera dinero suficiente para mantener a demasiada gente. «Daba dinero a sus hermanos, a sus hijos, a sus primos. Son once hermanos. En Nigeria tenía propiedades, pero el dinero se le fue. Era demasiado bueno, y su mujer, también. Muy generoso. Había Nochebuenas y Nocheviejas donde se juntaban en su casa cincuenta personas o más, dejaba la puerta de casa abierta». Esther Enoreghevbe Omoruyi sabe de lo que habla porque estaba allí, en la casa que Wilfred tenía en Santa Eugenia (el barrio residencial pegado al Pueblo Vallecas, una especie de reserva de pijos vallecanos, epítome del quiero y no puedo… Y no sigo rajando porque ahí vive mi hermana), cuando Wilfred abría las puertas para que entrara el que quisiera y su mujer cocinaba para todos, y allí había fiesta para quien tuviera ganas. Esther no es la hermana de Wilfred, aunque mucha gente cree que lo es; es su ahijada. Vive en España desde hace 22 años. Vino siguiendo la estela del portero, se quedó, fundó una familia y no se separó de Willy hasta su muerte. «Él quería mucho al Rayo, lo amaba, lo dio todo por el club. Una vez tuvo una oferta de un equipo de Londres y no se fue porque Vallecas era su casa.



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