La chica de la mafia by Teresa Carpenter

La chica de la mafia by Teresa Carpenter

autor:Teresa Carpenter [Carpenter, Teresa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Sociología
editor: ePubLibre
publicado: 1991-04-23T00:00:00+00:00


* * *

Durante los días posteriores, Arlyne estaba exultante. Había hecho algo que la aterrorizaba y había salido airosa. Los agentes del FBI, incluso el fiscal O’Malley, se deshicieron en halagos. Arlyne había conseguido obtener al menos tres hilos distintos: la afirmación de Billy de que tenía gente que hacía el «trabajo sucio», su opinión de que habría «pelea» y la advertencia de que el matón, Frankie, la «tiraría por la ventana».

O’Malley estaba particularmente impresionado con la destreza que había demostrado Arlyne para formular la segunda o la tercera de las preguntas. Si, por ejemplo, Billy David la advertía de que algo malo podría ocurrirle, Arlyne le respondía con un «¿Qué me pasara? ¿Cómo pasara?». Y con el peligro que corría un confidente si se mostraba demasiado inquisitivo, su persistencia era digna de admirar. También era útil desde la perspectiva legal, puesto que los detalles ayudaban a convencer a un jurado de que la víctima efectivamente había recibido amenazas. Arlyne podía interpretar muy bien cualquier papel. Era lógico, concluyó O’Malley, puesto que llevaba haciéndolo desde hacía años.

Sin embargo, incluso mientras se dedicaba a disfrutar de los elogios, Arlyne ya maquinaba cambiar las condiciones del empleo. En aquel momento, y a su entender, era miembro del equipo, así que encontraba indigno de dicha posición tener que someterse a más exploraciones en busca de drogas. También estaba furiosa porque la cinta se había desprendido y el dispositivo había resbalado. Según anunció a los agentes Dossett y Stratton, en un futuro no quería llevar la Nagra pegada al cuerpo con cinta. Su primera protesta no llegó a ningún lado. Los cacheos debían aplicarse en cualquier circunstancia. Sin embargo, al advertir la aversión que sentía a que la tocaran, los agentes permitieron que, en el futuro, no llevara la grabadora encima. A tal efecto, le proporcionaron un bolso marrón muy bonito con dos asas y un compartimento central en el que Arlyne escondió la Nagra. El micrófono sobresalía ligeramente por encima de la cremallera y lo cubrió con un pañuelo. Aquello también significaba que Arlyne podía parar y detener el aparato a su antojo, un arreglo que la hizo sentir que controlaba la situación. El control, según había decidido, era lo importante. Control sobre los federales, control sobre su presa, control sobre sí misma. Se juró que nunca volvería a beber con un micrófono oculto encima.

Dos días después de la vigilancia en el Waterfront, Arlyne se encontró de nuevo con Billy, en aquella ocasión en un restaurante en Union City. Para su consternación, Billy aflojó en las amenazas. Arlyne trató de que explicara sus malintencionados comentarios sobre Leslie, pero Billy insistió en que jamás «había mencionado a la niña». La única cosa que obtuvo Arlyne fue que acababa de darle una paliza a un tipo y que se sentía «deprimido».

Arlyne tanteó un acercamiento seductor.

—Y si las cosas se pusieran muy feas para mí —ronroneó—, ¿tendrías piedad conmigo?

—Muy poca —replicó Billy fríamente.

Arlyne enfureció.

—Te hice tres mamadas rápidas y ni siquiera… Nada. Ni un regalo de Navidad.



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