Jaque al caballero by Serendipia Stark

Jaque al caballero by Serendipia Stark

autor:Serendipia Stark [Stark, Serendipia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2024-01-30T00:00:00+00:00


24

A puñetazo limpio

Barton trastabilló dos veces antes de lograr meterse en su berlina. El entrecejo fruncido y su expresión de profunda angustia no pasaron desapercibidas al observador Pepper, que sujetaba la portezuela del coche para que su señor accediera y lo vio cruzar el espacio como una exhalación.

—¿Todo bien, señor?

—No, Pepper —respondió en un gutural gruñido⁠—. Nada está bien, todo está condenadamente embrollado, vuelto del revés.

—¿Querría…?

—Llévame al club Martin’s.

El atractivo rostro del asistente palideció. Miró al cielo ya oscurecido, y a continuación, a la punta de sus botas.

—Señor, ya sabe lo que ocurrió la última vez. ¿No preferiría pasar un rato agradable en White’s?

—He dicho a Martin’s. —Terminó de colarse en el interior del carruaje y cerró él mismo con una fuerza inusitada⁠—. Rápido.

Pepper regresó al pescante dispuesto a cumplir órdenes sin discutir. Conocía la célebre testarudez de su jefe. Igual tenía suerte y en el club le franqueaban la entrada, cosa que dudaba. De otro modo, la noche podía terminar pero que muy mal.

—¡Pepper!

—¿Señor?

—¿Dónde demonios está la petaca de whisky? No consigo encontrarla…

Uy, uy, uy. El enfado parecía ser de órdago. La botellita de plata escondida entre los almohadones del carruaje se reservaba en exclusiva a momentos feroces.

—¡Ya la tengo! Vamos, ¿a qué esperas? ¡Muévete! —⁠Oyó rugir justo cuando acababa de posar un pie en el suelo.

Cargado de paciencia volvió a encaramarse, tomó las riendas e inició el trayecto de lo que consideraba una mala, malísima idea. Tras un recorrido más lento de lo habitual, detuvo el coche frente a la entrada lateral del club. El enorme escocés descendió tambaleante antes de que él tuviera tiempo de abrirle la portezuela.

—Señor…

Gail no le hizo el menor caso. Con paso firme y decidido se enfrentó al portón clausurado, agarró la aldaba y golpeó con fuerza. Cinco segundos más tarde, el estrecho panel corredero que cerraba la mirilla cuadrangular se descorrió con delicadeza y un par de ojos rodeados de piel curtida escudriñaron la oscuridad. De haberle preguntado, Barton podría haber señalado el momento exacto en que lo reconocieron.

—¡Váyanse! ¡Estamos cerrados! —⁠aulló una voz cascada al tiempo que la mirilla se cerraba de un golpe seco.

El puño de Gail Barton se descargó un par de veces contra la puerta.

—Señor… —Pepper sonaba atribulado.

—¡Abran esta condenada puerta! ¡Ya!

—¡Márchese, excelencia! ¡Está cerr…!

—¡Maldita mujer! —Barton propinó un puntapié a la gruesa madera⁠—. ¡Maldita sea!

Desoyendo las advertencias de su hombre de confianza, el escocés perdió los estribos. El que en el trayecto hubiera apurado las reservas de la petaca, no ayudaba precisamente a conservarse sereno. Todos los intentos de Pepper de apaciguarlo fueron en vano hasta que vieron llegar a la infantería pesada.

¡Pardiez!

La sultana no se había marcado un farol cuando amenazó con enviar seis hombres en su contra. De hecho, fueron ocho los que aparecieron, con ojos violentos y enrojecidos, dientes apretados, dispuestos a separarlo de la entrada por la fuerza. La irritación porque la sultana hubiera cumplido con su palabra y pese a su condición se le negara el paso al club, lo empujó a perder la cordura.



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