Indias blancas. La vuelta del ranquel by Florencia Bonelli

Indias blancas. La vuelta del ranquel by Florencia Bonelli

autor:Florencia Bonelli [Bonelli, Florencia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2004-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XIX.

Más allá de un affaire

La candidatura de Roca, el antagonismo de Tejedor y el asalto a la viuda de Riglos perpetrado por Climaco Lezica eran los temas que mantenían entretenida a Buenos Aires. Los periódicos se explayaban en sus páginas mencionando circunstancias y decires que la gente tomaba por ciertos. Así, los tres temas se habían salido de madre.

Como era su costumbre, Eduarda Mansilla visitó a Laura a la hora del té y la encontró de un ánimo peculiar; aunque en apariencia soslayara el ataque de Lezica, lucía, sin embargo, muy afectada. Eduarda no podía saber que la despedida con Roca el día anterior la había dejado sumida en la angustia, no porque desconfiara de la nobleza del general —estaba segura de que no denunciaría a Nahueltruz—, sino porque, luego de la entrevista, no sabía si, en realidad, quería terminar con él. Al prometerle que se abstendría de denunciar a Nahueltruz, Roca había demostrado la grandeza de su corazón y también su sentido de Justicia, porque, más allá de que lo hiciera por ella, Roca había juzgado el papel de Guor como el de un hombre que defendió el honor de su mujer.

Ya extrañaba sus encuentros. La pasión que le había prodigado con generosidad después de años de haber vivido sumida en la pena le había devuelto en parte la esperanza perdida en Río Cuarto. Extrañaba las conversaciones que sostenían después de hacer el amor, intercambios intensos y sutiles que le habían dado la pauta de la sagacidad del general. Lo extrañaba irremediablemente. Pero nunca volvería a la casa de la calle Chavango porque hacerlo no habría sido correcto. A pesar de su permanente desafío a los cánones sociales y de su comportamiento anacrónico, Laura entendía que, en ciertas ocasiones, había que obrar de acuerdo con aquellos principios ancestrales que determinaban con tajante firmeza lo que es bueno y lo que es malo, sin ambigüedades. De todos modos, ya comenzaba a retribuir el favor había mandado llamar a Mario Javier para instruirlo acerca de la postura que adoptaría La Aurora con respecto a las próximas elecciones presidenciales.

—Mi madre está muy enfadada contigo —manifestó Eduarda.

—¿Por qué?

—Leyó el último capítulo de La gente de los carrizos, donde aseguras que el cacique Mariano Rosas es hijo ilegítimo de mi tío Juan Manuel.

—Eso aseguraba la cacica Mariana, la madre de Mariano Rosas.

—Mi madre asegura que es una calumnia.

—Doña Agustina —dijo Laura con gracia— no debería ofenderse tan fácilmente cuando de la moralidad de su hermano se trata. ¿Acaso ella desconoce el rol que jugó la pobre Eugenia Castro durante años en la quinta de San Benito? ¡Le dio siete hijos, por Dios Santo! Todos sobrinos de ella y primos hermanos tuyos.

—En mi casa nunca se habla de Eugenia Castro —admitió Eduarda.

—Pues deberían ocuparse de esa pobre mujer. Ella y sus hijos han vivido prácticamente de la caridad desde el 52. La vida ha sido muy dura con ella. Tu tío le robó la niñez y la juventud, y la dejó sola en el peor momento con una caterva de niños.



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