Inalcanzable by José de la Rosa

Inalcanzable by José de la Rosa

autor:José de la Rosa [Rosa, José de la]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-11-25T00:00:00+00:00


Capítulo 20

Rose echó el último trozo de leña al fuego. Era tan pequeño que se consumiría en unos minutos y el frío se apoderaría de nuevo de aquella estancia.

La habitación que había conseguido en la única posada respetable que podía pagar estaba orientada al norte y a un callejón tan lóbrego que los rayos del sol no hacían acto de presencia. Los mediodías eran soportables, pero cuando se alzaba la niebla, como aquella noche, y empezaba a soplar el viento, la estancia se volvía tan gélida como una cripta y tan húmeda que ni vestida con toda su ropa como estaba en ese instante lograba apartar el frío de su cuerpo.

Debía reconocer que Su Gracia había sido generoso con ella. En una bolsa de seda, le había entregado dos flamantes libras esterlinas, y la promesa de que cubriría sus gastos cuando decidiera instalarse definitivamente.

Pero ella no había sido consciente de lo costosa que era la vida en Londres. Casi todo el dinero se había ido en pagar a la posadera, en comer caliente para no enfermar, y en enviar cartas a Herman, con el sobrecoste de que solo le fueran entregadas en mano. Y, en ese instante, aún no tenía ni idea de qué sería de ella y si podría seguir abusando de la amabilidad del duque. ¿O no era amabilidad y solo quería deshacerse de un mal menor, como aseguraba una de las fregonas de la mansión?

Aquel trozo de madera que estaba ya casi consumido por el fuego de la chimenea era el último que podría permitirse esa noche, pues racionaba cada gasto tanto como le era posible. Después le tocaba aguantar el frío, acurrucarse en la cama bajo las mantas e intentar que los dientes no le castañearan.

Alargó la mano enguantada en mitones cuando unos golpes sonaron en la puerta.

Se sobresaltó. No podía ser nadie más que su casera, pero a aquella hora de la noche era del todo impropio de ella molestar a sus huéspedes. Se preguntó si había olvidado pagar la renta de aquella semana, pero estaba segura de que la posadera había recibido el importe aquel mismo viernes y la había invitado a una taza de té.

Con cierta aprensión, se dirigió hacia la puerta, pero no la abrió.

—¿Quién es?

Una voz familiar cuchicheó al otro lado, tan baja que apenas pudo oírla.

—Soy yo. Abre, por favor.

Lo hizo de inmediato, para encontrarse a Herman al otro lado, enmarcado en la oscuridad del largo pasillo.

En cualquier otra circunstancia, se hubiera tirado a sus brazos sin dudarlo, pero algo en la expresión de su amado, o quizá en su postura, la hizo andarse con cuidado.

—Estás pálido —advirtió—. Apenas tienes color en el rostro.

Él intentó sonreír, pero solo logró un remedo amargo.

—Me vendría bien un abrazo.

Entonces, Rose no lo dudó. Tiró de él para que se apartara del indiscreto pasillo y pasara a la estancia, y lo arropó con sus brazos mientras hundía el rostro en el hueco de su cuello. ¡Cómo lo había echado de menos! Pero le llamó



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