Hooligan by Philipp Winkler

Hooligan by Philipp Winkler

autor:Philipp Winkler [Winkler, Philipp]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Alianza Editorial
publicado: 2017-05-10T22:00:00+00:00


La entrada de la casa de Arnim está llena de camiones oscuros, cuadrados, con matrículas de Rusia, Ucrania, Polonia, Serbia, Lituania y qué sé yo qué más. Me cortan el paso, los muy chupapollas. En noches como esta, Arnim tendría que organizar un puto servicio de aparcacoches. El olor a zoo, a mierda y meada de animal, penetra en la casa y se mete por todas partes. Subo por la estrecha y crujiente escalera. He traído el cubo en el que siempre llevo a Siegfried sus huesos. Oigo gente hablando en ruso en la cocina. Arnim ha intentado enseñarme un poco a lo largo de los años, pero no he pasado de las cosas típicas como «hola», «gracias» y distintos insultos y maldiciones. Tampoco he querido nunca aprender de verdad ruso. Prefiero no entender lo que dicen los huéspedes anuales o semestrales de Arnim. Cuando entro en la cocina, la conversación enmudece. Los tres tipos de típica cabezota rusa y jeta desagradable se me quedan mirando. Me gustaría decirles que pueden seguir tranquilamente con su cháchara de mierda, porque no entiendo una palabra. Tampoco ellos hablan alemán. Probablemente ni siquiera inglés. Me miran desde la altura de sus frentes oblicuas de Neandertal. Uno tiene un labio leporino que le parte la boca en dos. Es como si alguien le hubiera tendido un hilo desde el paladar por encima de la cabeza y tirase hacia atrás. Lleva una camisa Camp David desabrochada, color azul celeste. En su pequeño vientre esférico puedo distinguir cicatrices de cortes horizontales. El siguiente lleva un chaleco color gris militar, lleno de bolsillos. Sus brazos desnudos parecen las mangas de una camiseta estampada completamente ajustada. Llenos de tatuajes. Tanques, obuses, esas iglesias rusas con cúpulas que parecen cebollas, cruces entrelazadas y un sinnúmero de mujeres de grandes tetas. El tercero, que se apoya en el fregadero con los siete dedos que le quedan, tiene una larga barba de chivo. En el rostro, manchas que parecen quemaduras, y una cicatriz como un fino collar a lo largo de la garganta.

—Priviet —digo.

Se limitan a asentir, con gesto sombrío. Salgo al patio trasero. La red de camuflaje vuelve a estar puesta. Arnim está con un par de personas al lado del foso que pronto dará albergue a su mierda de tigre. La desproporcionada tapa de madera está echada a un lado. Con el pecho henchido de orgullo, les explica algo en ruso. Se ha puesto guapo hoy, e incluso lleva una camisa con sus sucios shorts y sus sandalias. Ha puesto focos de obra en los rincones del patio y los ha orientado hacia el suelo, de manera que arrojan una luz indirecta que alcanza los rostros de los presentes, pero deja los ojos en sombras. Hace que esas figuras parezcan aún más dudosas de lo que son. Esa es la verdadera escoria de la sociedad, pero la prensa siempre se ceba en nosotros. Si ellos supieran. Nosotros nos pegamos unas cuantas hostias y no hacemos que ningún pobre animal que no puede elegir lo haga por nosotros.



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