Hambre (trad. Kirsti Baggethun) by Knut Hamsun

Hambre (trad. Kirsti Baggethun) by Knut Hamsun

autor:Knut Hamsun [Hamsun, Knut]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1890-01-01T00:00:00+00:00


TERCERA PARTE

Transcurrió una semana en la gloria.

Una vez más había superado lo peor, podía comer todos los días, mi ánimo se había elevado y emprendía un asunto tras otro. Estaba trabajando en tres o cuatro tratados que robaban a mi pobre cerebro hasta su última chispa, cada pensamiento que en él nacía, y me parecía que las cosas me iban mejor que antes. El último artículo, en el que tanto me había esforzado y en el que tantas esperanzas había puesto, ya me había sido devuelto por el director, y yo lo había destruido inmediatamente, enfadado, ofendido, sin volver a leerlo de nuevo. En el futuro intentaría en otro periódico, con el fin de abrirme nuevos caminos. En el peor de los casos, si eso tampoco surtiera efecto, siempre podría recurrir a los barcos; el Nonnen[*] estaba amarrado en el muelle, listo para zarpar, y quizá podría conseguir trabajo a bordo para irme a Archangel o adonde se dirigiera. De manera que no me faltaban salidas por todas partes.

La última crisis había hecho mella en mí; se me empezó a caer el pelo a grandes mechones, los dolores de cabeza eran más molestos que antes, sobre todo por las mañanas, y mis nervios no se calmaban. Por el día escribía con las manos envueltas en trapos, porque no soportaba mi propio aliento sobre ellas. Cuando Jens Olai cerraba de un golpe la puerta de abajo, o cuando algún perro entraba en el patio ladrando, los ruidos me penetraban como pinchazos de hielo en los huesos y en la médula, y me llegaban a todas partes. Me encontraba bastante mal.

Día tras día me esforzaba en mi trabajo, apenas me tomaba el tiempo necesario para devorar la comida antes de volver a sentarme a escribir. En esa época, mi cama y mi pequeña y tambaleante mesa estaban repletas de notas y hojas escritas sobre las que trabajaba alternativamente; añadía cosas nuevas que se me ocurrían durante el día, borraba, daba vida a los puntos muertos con una palabra de color aquí y allá, avanzando frase a frase con gran esfuerzo. Una tarde acabé por fin uno de los artículos, me lo metí feliz en el bolsillo y me fui a ver al Comodoro. Ya era hora de obtener algún dinero más, pues me quedaban sólo unos øre.

El Comodoro[3] me invitó a sentarme un momento, en seguida me… Y continuó escribiendo.

Dirigí una mirada circular al pequeño despacho: bustos, litografías, recortes, una enorme papelera que parecía poder engullir a una persona. Me sentí triste al ver esa descomunal boca, esas fauces de dragón siempre abiertas, siempre dispuestas a recibir nuevos trabajos rechazados, nuevas esperanzas frustradas.

¿A qué día estamos?, pregunta de repente el Comodoro desde su mesa.

A 28, contesto, contento de poder serle útil.

28. Y continúa escribiendo. Finalmente mete un par de cartas en sus respectivos sobres, tira unos papeles a la papelera y deja la pluma sobre la mesa. Luego se vuelve en su silla y me mira. Al advertir que sigo de pie junto a la puerta, me hizo un gesto, medio en serio, medio en broma, señalándome una silla.



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