Facundo (Penguin Clásicos) by Domingo Faustino Sarmiento

Facundo (Penguin Clásicos) by Domingo Faustino Sarmiento

autor:Domingo Faustino Sarmiento [Sarmiento, Domingo Faustino]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1845-01-01T00:00:00+00:00


9. GUERRA SOCIAL

Il y a un quatrième élément qui arrive: ce sont les barbares, ce sont des hordes nouvelles, qui viennent se jeter dans la société antique avec une complète fraîcheur de moeurs, d’âme et d’esprit, qui n’ont rien fait, qui sont prêts à tout recevoir avec toute l’aptitude de l’ignorance la plus docile et la plus naïve.

LERMINIER

La Tablada

La Presidencia ha caído, en medio de los silbos y las rechiflas de sus adversarios. Dorrego, el hábil jefe de la oposición en Buenos Aires, es el amigo de los gobiernos del interior, sus fautores y sostenedores en la campaña parlamentaria en que logró triunfar. En el exterior, la victoria parece haberse divorciado de la República; y aunque sus armas no sufren desastres en el Brasil, se siente por todas partes la necesidad de la paz. La oposición de los jefes del interior había debilitado el ejército, destruyendo o negando los contingentes que debían reforzarlo. En el interior reina una tranquilidad aparente; pero el suelo parece removerse, y rumores extraños turban la quieta superficie. La prensa de Buenos Aires brilla con resplandores siniestros; la amenaza está en el fondo de los artículos que se lanzan diariamente oposición y Gobierno.

La administración Dorrego siente que el vacío empieza a hacerse en torno suyo; que el partido de la ciudad, que se ha denominado federal y lo ha elevado, no tiene elementos para sostenerse con brillo después de la Presidencia. La administración Dorrego no había resuelto ninguna de las cuestiones que tenían dividida la República, mostrando, por el contrario, toda la impotencia del federalismo.

Dorrego era porteño antes de todo. ¿Qué le importaba el interior? El ocuparse de sus intereses habría sido manifestarse unitario, es decir, nacional. Dorrego había prometido a los caudillos y pueblos todo cuanto podía afianzar la perpetuidad de los unos y favorecer los intereses de los otros; elevado, empero, al Gobierno, «¿qué nos importa —decía allá en sus círculos— que los tiranuelos despoticen a esos pueblos? ¿Qué valen para nosotros cuatro mil pesos anuales dados a López, dieciocho mil a Quiroga, para nosotros, que tenemos el puerto y la aduana, que nos produce millón y medio, que el fatuo Rivadavia quería convertir en rentas nacionales?». Porque no olvidemos que el sistema de aislamiento se traduce por una frase cortísima: «cada uno para sí». ¿Pudo prever Dorrego y su partido que las provincias vendrían un día a castigar a Buenos Aires, por haberles negado su influencia civilizadora; y que, a fuerza de despreciar su atraso y su barbarie, ese atraso y esa barbarie habían de penetrar en las calles de Buenos Aires, establecerse allí y sentar sus reales en el Fuerte?

Pero Dorrego podía haberlo visto, si él o los suyos hubiesen tenido mejores ojos. Las provincias estaban ahí, a las puertas de la ciudad, esperando la ocasión de penetrar en ella. Desde los tiempos de la Presidencia, los decretos de la autoridad civil encontraban una barrera impenetrable en los arrabales exteriores de la ciudad. Dorrego había empleado como instrumento de oposición esta resistencia



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