En la colonia penitenciaria by Franz Kafka

En la colonia penitenciaria by Franz Kafka

autor:Franz Kafka
La lengua: es
Format: mobi, epub
Tags: Narrativa Variada
publicado: 2011-02-13T23:00:00+00:00


Descripción de una lucha

(Beschreibung eines Kampfes, 1904)

Y meciéndose la gente en la grava se pasea bajo este cielo vasto que de lomas a lo lejos a lejanas lomas llega.

I

Cerca de las doce se levantaron algunas personas; después de hacer reverencias, tenderse las manos y decir que todo había sido muy agradable, salieron al vestíbulo por la gran arcada. La dueña de casa, en el centro, hacía volubles inclinaciones, mientras se mecían los bonitos pliegues de su vestido.

Yo, sentada a una mesita, que tenía tres patas finas y tensas, tomaba precisamente un sorbo de mi tercera copa de benedictine, y al beber miraba la pequeña provisión de pastelillos que yo mismo había elegido y apilado.

Entonces, en la puerta de una habitación contigua apareció mi nuevo conocido, un poco revuelto y desordenado; como no me interesaba gran cosa, quise mirar a otra parte. Él, en cambio, se me acercó, y riéndose distraídamente de lo que me ocupaba dijo:

—Disculpe que me dirija a usted, pero estuve hasta ahora sentado con mi muchacha en la habitación contigua. Desde las diez y media. ¡Esta sí que fue una noche, compañero! Comprendo que no está bien que se lo cuente; apenas nos conocemos. ¿No es así? Apenas si hemos cambiado unas palabras en la escalera, al llegar. Con todo, le ruego que me disculpe, pero no soportaba ya la dicha, era más fuerte que yo. Y como aquí no tengo conocidos en quienes confiar...

Miré con tristeza su hermoso rostro arrebolado —la torta de fruta que me había llevado a la boca no era gran cosa— y le dije:

—Por cierto que me satisface parecerle digno de confianza, pero no me hace feliz ser su confidente. Y usted mismo, si no estuviese tan alterado, se daría cuenta del poco tino que implica hablar de una muchacha enamorada a un bebedor solitario...

Cuando callé, se sentó de golpe, y echándose hacia atrás dejó colgar los brazos. Luego los replegó y comenzó a decir en voz bastante alta:

—Hace un momento Anita y yo estábamos solos todavía en ese cuarto. La besaba, la besaba yo, ¿entiende? en la boca, en las orejas, en los hombros. ¡Dios mío!

Algunos invitados, al suponer que tenía lugar una animada conversación, se acercaron bostezando. Me levanté y dije para que todos lo oyeran:

—Bien; si usted lo desea voy con usted, pero insisto en que es una locura ir al monte Laurenzi en una noche de invierno. Ha refrescado y después de lo que nevó los caminos parecen pistas de patinaje. Pero si usted lo quiere...

Primero «me miró sorprendido, entreabriendo sus húmedos labios, pero luego, cuando vio a los otros, ya muy próximos, rió y dijo al tiempo que se levantaba:

—¡Oh!, el fresco nos sentará bien; tenemos las ropas traspasadas de calor y de humo; además, sin haber bebido precisamente con exceso, estoy un poco mareado ¿Vamos?

Buscamos a la dueña de casa quien, mientras él le besaba la mano, dijo:

—>Estoy verdaderamente contenta; ¡parece usted tan feliz esta noche!...

La bondad de sus palabras lo emocionó y se inclinó nuevamente sobre la mano; entonces ella sonrió.



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