En busca de la Bella Durmiente (Spanish Edition) by Nut

En busca de la Bella Durmiente (Spanish Edition) by Nut

autor:Nut
La lengua: spa
Format: mobi
editor: Ediciones Babylon
publicado: 2015-07-05T16:00:00+00:00


Bajo la capa de Sai, Devan se sentía aislado del mundo, como si la tela fuera una protectora barrera capaz de impedir que las preocupaciones que le acuciaban se abatieran sobre él. Al otro lado de ella quedaban temores e inseguridades, la sombra perenne del fracaso, las aspiraciones malogradas, la impotencia. Dentro, se arremolinaba el olor a sándalo que envolvía el cuerpo de Sai, los acompasados latidos de su corazón, el dulce sonido de sus palabras, la calidez en sus gestos, la sinceridad de su amistad. Abandonándose al consuelo de aquel remanso de paz, el sueño se adueñó de su cansado cuerpo, de su agotada mente, invadiendo todo su ser como un bálsamo, y lo envolvió en sus protectores velos, arrastrándolo hasta una sosegada profundidad sin imágenes ni sonidos, un tibio refugio sin pesadillas que pudieran atormentarle.

Al cabo de un tiempo presintió que su sueño se hacía más ligero, que su mente, que no su cuerpo, se entreabría a una suave duermevela.

Notó su espalda caldeada por las llamas de la hoguera, y contra su pecho, una agradable tibieza que respiraba acompasadamente. Supo que era el cuerpo de Sai el que se refugiaba entre sus brazos. Tenía el rostro guarecido dulcemente en el hueco de su cuello, los brazos, como suaves ataduras, enroscados en su cintura, las piernas entrelazadas con las suyas.

Estaba soñando, soñaba que abrazaba a Sai como se abraza a un amante, y que este le devolvía el gesto con la devoción de un enamorado. Tenía que estar soñando, porque aquella inaceptable intimidad entre un príncipe y su servidor, entre dos hombres, no despertaba en él ningún rechazo, no le avergonzaba ni le asqueaba, no espoleaba su dignidad. Soñaba, porque sus manos ardían por el anhelo de acariciar los sedosos cabellos del Sai, por seguir la línea perfecta de sus cejas, por rozar la tierna carne de sus labios.

«En un sueño todo puede ser», se dijo. «Cualquier deseo puede hacerse realidad».

Los ojos del cronista se abrieron, contemplándole con la misma lealtad, con el mismo cariño y admiración que había visto en ellos tantas veces, pero sus iris ya no eran del color de la miel, sino que habían adquirido la nítida tonalidad del oro líquido atrapado en un orbe de cristal.

«Es un sueño», se convenció. «Sueño con el muchacho que me robó mi primer beso».

Y regresó al pasado, a la tarde en que sentado en la rama de la vieja higuera, un bello muchacho le preguntó: «¿Qué te lo impide?». Regresó a ese momento mágico en que le vio inclinarse sobre él y ya no hubo nada más en el mundo que su dulce rostro; al instante en que respiró su olor a madera y tierra y el sabor prohibido de sus labios le llenó la boca. De nuevo sintió el calor de su mano cuando tomó la suya, la deliciosa bocanada de libertad que invadió sus pulmones al saltar el muro, la aguda herida en el corazón cuando lo vio marchar.

—Sai —musitó en la quietud de la noche. Acercó el rostro al del cronista y se vio reflejado en el oleaje dorado de sus ojos—.



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