El visitante del laberinto by Rafael Ábalos

El visitante del laberinto by Rafael Ábalos

autor:Rafael Ábalos
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
editor: Montena (RHM)
publicado: 2008-04-01T04:00:00+00:00


CAPÍTULO XI

Junco deambuló aún algunas horas por la Ciudad de la Belleza admirando un sinfín de maravillas creadas por el hombre. Narbolius caminaba a su lado orgulloso, con la arrogancia de quien se sabe acompañado por un personaje intrépido y noble.

Cuando llegaron al final de la larga avenida, los despidió la misma melodía de vientos que les había saludado a su llegada. Un inmenso bosque de pinos con copas redondas y altas se extendía ante ellos. Narbolius volvió a recuperar el tamaño de un caballo y, reclinándose sobre sus patas, invitó a Junco a subirse a su grupa. Ante sus ojos no había ningún camino que seguir, ningún atajo o sendero, ninguna señal que condujera a alguna parte. Sólo la desvaída luz del ocaso los envolvía, y en vano esperó Junco que apareciera Gorgonán para indicarle la ruta que debían seguir.

La noche acabó cerrándose sobre ellos en mitad de la espesura, mientras Narbolius caminaba con paso calmo en dirección a la luna llena que, juguetona y risueña, asomaba y desaparecía entre las copas de los pinos. Más allá el terreno se ondulaba en pequeñas colinas y luego se abría en un claro circular como una calva, en cuyo centro humeaba la chimenea de un pequeño torreón de piedra. El lugar era particularmente hermoso, pues desde el centro del torreón, que tenía una curiosa forma octogonal, se abrían ocho caminos alineados por setos que conformaban el dibujo de la rueda de un carro, delimitando cuidados jardines con abundancia de flores. Cada camino era un radio de la rueda y todos confluían en el eje central sobre el que se elevaba el torreón, con la particularidad de que éste tenía tantas puertas como caminos llegaban a su base. Afuera del camino circular exterior, todo era bosque.

Junco se preguntó qué misterio lo aguardaría en aquella nueva encrucijada de travesías insólitas. Observó los ojos de Narbolius pero no apreció en ellos inquietud alguna. Por ello dejó que el dragón caminara por el círculo exterior, dejando a su izquierda los caminos que conducían hasta el torreón. Cuando ambos completaron el recorrido del círculo exterior, no había distinguido diferencia alguna entre los ocho caminos; tampoco en los cuidados y vistosos jardines que los flanqueaban, cuyo encanto apreció Junco a pesar de la oscuridad que los rodeaba. Diría, incluso, que todos tenían las mismas flores y plantas, iguales en distribución, forma, tamaño y número, como si cada uno no fuera sino una copia exacta del siguiente. De tal manera que Junco aún dejó que Narbolius iniciara una vuelta más al camino del círculo exterior. Pero al llegar a la tercera de las encrucijadas que desembocaban en el torreón, sintió un pálpito extraño en su pecho y ordenó a Narbolius que se adentrara con lentitud en ella. Cuando llegaron a la puerta elegida de la torre octogonal, descabalgó y el dragón volvió a adquirir el tamaño de un perro ovejero; se pegó a la pierna derecha de Junco y aguardó a que éste abriera la puerta. Sin embargo,



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