El tren llegó puntual by Heinrich Böll

El tren llegó puntual by Heinrich Böll

autor:Heinrich Böll [Böll, Heinrich]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
publicado: 1948-12-31T23:00:00+00:00


«Parece extraño que me encuentre en Lemberg —se dice—. ¿Qué hago en esta casa de la época austríaca, vieja y medio derruida? En alguna gran sala de la misma se celebraron en otros tiempos grandes fiestas y se bailaron valses. Hará unos… —cuenta en silencio— veintiocho años…; no, veintinueve. Veintinueve años atrás no había ninguna guerra. Hace veintinueve años esto era territorio austriaco… Después pasó a Polonia… más tarde a Rusia… y ahora pertenece a la Gran Alemania. En aquella época se celebraban fiestas, y se bailaban valses magníficos. La gente sonreía. Y, probablemente, en el jardín enorme que debe existir detrás de la casa se besarían los tenientes y las damiselas… y acaso también las personas mayores. El dueño de la casa debió de ser algún coronel o general, que haría como quien no ve nada… un funcionario superior de la regencia imperial austríaca, o algo por el estilo.»

—Bebe, camarada.

Así lo hace muy a gusto. «El tiempo pasa —se dice—. Me gustaría saber qué hora es. Al salir de la estación eran las once o las once y cuarto. Ahora deben ser ya las dos o las tres… Quedan aún doce, o algo más. El tren sale a las cinco. A partir de entonces, pronto…»

El «pronto» se le aparece ahora confuso. Sucederá a menos de sesenta kilómetros de Lemberg, y el tren necesita hora y media para recorrerlos. A las seis y media ya se habrá hecho de día. Pero mientras se lleva el vaso a los labios, comprende que no verá dicho día. Cuarenta kilómetros… una hora o tres cuartos, hasta que empiece a clarear. Reinará todavía la oscuridad. Serán, con toda exactitud, las seis menos cuarto de mañana, domingo. Paul empezará una nueva semana y dirá misa a las seis. «Moriré en el instante en que Paul se acerque al altar. Estoy seguro. Cuando Paul empiece sus oraciones al pie del ara, sin monaguillo, porque me ha dicho que en estos tiempos los monaguillos son difíciles de encontrar. Cuando empiece sus oraciones al pie del altar, entre Lemberg y… Quisiera saber qué localidad se encuentra a cuarenta kilómetros de Lemberg. Es necesario mirar el mapa.» El rubio duerme en su sillón. Está cansado, porque tuvo que montar guardia. En cambio, Willi sigue despierto y sonríe satisfecho, algo borracho. El mapa se encuentra en el bolsillo del rubio. De todos modos, aún hay tiempo. Faltan más de doce o quince horas. Y en el transcurso de las mismas tiene que hacer muchas cosas… rezar, rezar, y no dormir. Sobre todo, no dormir. «Es mejor saberlo con toda exactitud. También Willi sabe que va a morir. Y lo mismo el rubio, cuya vida está acabada. La copa se ha llenado hasta el borde, y sólo falta una gota para que rebose.»

—Bueno, muchachos —dice Willi—. Lo siento mucho, pero hay que marcharse. ¿Verdad que la comida ha sido estupenda?

Da un empujón al rubio y éste se despierta. Estaba soñando, y los sueños se reflejan en su cara. Sus pupilas no parecen tan borrosas, sino que ahora tienen algo de infantil.



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