El jardín del honor by Maruan Soto Antaki

El jardín del honor by Maruan Soto Antaki

autor:Maruan Soto Antaki [Soto Antaki, Maruan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-11-11T00:00:00+00:00


VI. ¿Cómo se construye la verdad?

Simón, lo sabes. La verdad se construye con un puñado de mentiras.

No es lo mismo decir una mentira que construir verdades. Un profesional jamás contará las cosas como si se tratara de una novela mala. Cuántas te evitó leer Micaela. Asomos a los eventos no son lo que sucede en su interior, una secuencia de ellos tampoco forma una historia. ¿Qué de los grandes momentos ocurrió como nos los cuentan? Todo relato es solo parte, es lo que cree que pasó quien lo cuenta. El verdadero mentiroso no dice una mentira. Afirma falsos que se harán verdades; en su certeza las vende por auténticas. Cada palabra de su boca se comportará como una verdad, porque las palabras se comportan.

Tu trabajo es jugar con la imaginación. Simón, juega con ella.

El director del museo espera que sigas hablando. Un momento, déjame pensar un poco más.

Simón, viejo Simón. Tú no improvisas. Hasta tus dudas eran parte de un plan.

Si uno presta algo de atención a eso que decimos sin que sea cierto, podemos darnos cuenta que no hay instante falso, al menos en nuestra cabeza. Para que la oración de una mentira funcione y las frases sean eficaces, cada ingrediente necesita ser dueño de una realidad más posible que lo que aceptamos real. Si algo falla, si una sola de las palabras que se usan para mentir no va con el todo de lo narrado, las intenciones caerán como castillo de cartas.

Simón, recuerda, siempre tu realidad.

—Usted, señor, me ayudará a cambiar el anillo falso por el verdadero. Vamos, permitirme revelar lo que sé de usted lo dejaría muy mal parado.

—¿Me está chantajeado? ¡Greta! —Mal grita.

Se desgasta inútilmente, respondería más rápido si la llamara por el teléfono.

—Cuando venga, pídale algo de comer. Si es tan amable. No se equivoque. Me encantaría que usted lo cambiara por decisión propia. Ignora lo que sé de su vida. Déjeme decirlo antes de llamar a la policía. Si al terminar lo sigo ofendiendo, ofrezco irme de su oficina o, si lo hace feliz, darle la oportunidad de mandarme a la cárcel.

—Señor Ferré, ¡tome su anillo y márchese!

—Admitirá que mi propuesta es muy extraña.

—¿Quién se cree? —te reta.

—Aún le falta parte de mi historia —ofreces.

—Me amenazaba con contar la mía —cede.

—A su tiempo. Olvide lo que le dije. ¿Recuerda dónde me había quedado? —se lo pregunto endulzando mi voz. Domesticándolo.

—¿Su novia? —responde queriendo bufar.

—No tenga prisa por creerlo todo —lo tranquiliza tu tono. Calmo. Pero tiene prisa. Es la disculpa de la modernidad.

Se sabe bien, los tiempos de espera son tormentosos. Qué pasa por las cabezas de los pacientes mientras aguardan un diagnóstico en la sala de un médico, qué sufren las madres de hijos que acaban de presentar su examen de ingreso a una nueva escuela. Qué se piensa durante segundos que tardan las pruebas de embarazo en cambiar de color.

Simón, míralo. Ve, le tiembla el labio. Su enojo lo hace salivar y tragársela. No es de los que sudan. Lo agradezco. Detestaría



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