El Infierno by Carmen Mola

El Infierno by Carmen Mola

autor:Carmen Mola [Carmen Mola]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Grupo Planeta
publicado: 2024-09-29T00:00:00+00:00


Capítulo 31

No sabe si se ha quedado dormida, pero sigue acariciando su cuerpo de alabastro, perlado de sudor por el fragor del sexo y porque la noche es tórrida. Ella ronronea en sus brazos desde algún lugar del sueño o desde un refugio maravilloso de su placer. Mauro no habla, la vida del ingenio y, después, las penurias del palenque lo han convertido en un hombre de pocas palabras. El revolucionario que hacía proselitismo en la universidad de Madrid, en los cafés y en los cenáculos de conspiradores, el que exhortaba a la gente a sumarse a la lucha, es ahora un hombre cansado al que le parece inútil hablar. Ella está muda de tanto amor.

—No quiero separarme de ti nunca más —dice por fin Mauro con la voz ronca.

Ella se abraza a él con más fuerza mientras la realidad, tozuda, se empieza a abrir paso en la burbuja de la habitación del León de Oro. Leonor se separa lo justo para poder mirarlo a la cara. A él, que esperaba una mirada feliz, transida de emoción, le extraña detectar un poso de tristeza.

—Cuando tu amiga del teatro me dijo que te habías ido a Cuba se me rompió el corazón. Pensé que no te iba a ver nunca más.

—¿Por eso has venido hasta aquí?

—Habría cruzado el mundo entero para encontrarte.

—Eres un loco.

—No me pienso separar de ti, Leonor. Nunca más. ¿Por qué te fuiste de Madrid?

—Me acusaban de la muerte del soldado. Un policía me estaba persiguiendo; uno con una mancha morada en la cara, un perro de presa... Me tenía acorralada: había un testigo, una mujer que me vio desde la ventana. Me iban a fusilar, tenía que irme.

—¿Por qué viniste a Cuba? ¿Quién te ayudó a salir de España?

Ella se tumba boca arriba y se queda mirando el techo de la habitación. Una grieta cruza la pintura, como un río que divide dos tierras. Ha llegado el momento de contarle la verdad, el peaje terrible que tuvo que pagar para eludir el paredón de fusilamiento. Pero no consigue hablar, sabe que esa confesión acabará con la dulzura inmensa que ha vivido en las últimas horas. Se odia por ser tan rácana con las palabras, por no corresponder a las efusiones de Mauro con respuestas amorosas que se quedan atascadas en su garganta. Se odia por el daño que le va a causar y por la infelicidad a la que está condenada.

—¿Qué pasó, Leonor? Cuéntamelo.

Ella calla y pone en sus labios un beso tierno que lleva impregnada una disculpa.

Él se incorpora y la mira con extrañeza.

—¿Qué ocurre? —pregunta.

Leonor sonríe con un temblor trágico. Las lágrimas toman forma en sus ojos. De pronto, el sonido festivo de la calle revienta en un estruendo de fusiles y Mauro corre a asomarse a la ventana. Hay una estampida en la plaza. Una cuadrilla de hombres a caballo, comandados por Bidache, abre fuego contra un africano que se desploma y, cuando el resto de matanceros sale huyendo, como si el baile se



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