El caballero, la mujer y el cura by Georges Duby

El caballero, la mujer y el cura by Georges Duby

autor:Georges Duby [Duby, Georges]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1981-01-01T00:00:00+00:00


IX

YVES DE CHARTRES

El escrito de Yves de Chartres es menos sabroso[135]. También enseña mucho sobre el matrimonio caballeresco, porque ese prelado quería rectificar comportamientos que juzgaba condenables. Los describe. La mirada que arroja sobre el mundo es severa, tanto quizá como la del abad de Nogent. Yves no era monje, pero había vivido mucho tiempo en comunidades regulares: condiscípulo de san Anselmo en la abadía del Bec, se había visto promovido por el obispo de Beauvais, en 1078, cuando ya era maduro, con treinta y ocho años, a la dirección del monasterio modelo de Saint-Quentin, una fraternidad de clérigos que observaban la regla de san Agustín, muy austera. Esta experiencia hizo de él el auxiliar ardiente de la reforma. Lo demostró en el asunto de Felipe I.

Fue ésta, para él, la ocasión de hablar en voz alta, de formular claramente los principios. En primer lugar, que los laicos, y ante todo los más poderosos deben someterse a la autoridad de la Iglesia, aceptar que ésta controle sus costumbres, y especialmente sus costumbres sexuales. Por ahí, por el matrimonio, se les puede mantener sujetos. Todos los problemas matrimoniales deben estar sometidos a la Iglesia y ser resueltos sólo por ella, por referencia a un conjunto legislativo uniforme. Yves de Chartres fue canonizado por haber trabajado asiduamente en la constitución de esa herramienta normativa. Se entregó por entero a esta tarea entre 1093 y 1096, en la dura época del conflicto entre el rey Felipe y aquellos que querían separarle de Bertrada. El trabajo, orientado hacia dos colecciones preliminares, desembocó en la Panormia, una síntesis clara, rigurosa. Ocho secciones —en lugar de las diecisiete del Decreto de Bourchard—, divididas a su vez en subsecciones con un título cada una. En ello se mide el progreso de la racionalidad del siglo XI. El pequeño mundo de la alta Iglesia estaba esperando este instrumento perfecto.

Yves clasificaba más juiciosamente los textos canónicos. No disimulaba sus discordancias; incluso añadía otras, introduciendo extractos de leyes romanas que exhumaban los apasionados juristas de Bolonia. Se proponía, en efecto, dejar a los jueces en libertad de escoger entre los textos en función de las circunstancias. «Si otros han escrito en un sentido diferente —le responde al obispo de Meaux[136]—, yo lo entiendo así: queriendo ellos, con propósito de misericordia, adelantarse a la debilidad de algunos, han preferido suavizar el rigor de los cánones. Entre estas opiniones no encuentro más diferencia que la que existe entre justicia y misericordia, que cada vez que se encuentran enfrentadas en un asunto, caen bajo la apreciación y la decisión de los rectores [es decir, de los obispos]. A éstos les toca atender a la salud de las almas y, en atención a la calidad de las personas y teniendo en cuenta la oportunidad de los tiempos y de los lugares, aplicar unas veces la severidad de los cánones y otras usar de la indulgencia». No obstante, desde Bourchard de Worms, la «discreción» permitida a los pastores había cambiado de naturaleza. Ya no se trataba de discriminación, cuestión de inteligencia, sino de moderación, cuestión de corazón.



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