El Caballero by Gene Wolfe

El Caballero by Gene Wolfe

autor:Gene Wolfe [Wolfe, Gene]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 2004-02-15T00:00:00+00:00


35

HABÍA OGROS

Pouk no dejaba de pensar en la batalla imaginaria.

—Si voy a estar en retaguardia, con el tren de suministros, ¿cómo se supone que cuidaré de usted? Suponga que lo alcanza la lanza de alguien, señor, ¿cómo voy a encontrarlo en plena batalla?

—Eso será tarea de mi escudero, si es que tengo uno.

—Sigo pensando que no tiene sentido que los caballeros arremetan unos sobre otros tal como lo hicieron usted y ese sir… sir…

—Woddet.

—Eso. Claro que no le hizo daño, sólo lo derribó del caballo.

—De hecho, fue él quien me derribó a mí —le corregí—. Y en tres ocasiones, Pouk.

—Diría que sólo fueron dos, señor. La tercera…

—O sea, tres. Tu argumento tiene media docena de agujeros. Pouk, y dudo que siquiera valga la pena que intentemos taparlos.

—Si usted lo dice, señor.

—Además, llegaremos a la granja antes de lograrlo. Sin embargo, debo decirte que no he participado aún en una batalla de verdad, en la que los caballeros combatan a caballo. Lo que he dicho acerca de ellos, y lo que pueda decir respecto al combate entre caballeros, lo he aprendido de sir Ravd, maese Thope y sir Woddet. Sobre todo de maese Thope. Es un pozo de sabiduría podría escucharle durante horas.

—Parece un lugar decente, señor —opinó Pouk, refiriéndose a la granja. Tenía encaladas las paredes, construidas con una mezcla de barro y zarzo, y el techo de paja parecía nuevo.

—Se las apañan mejor que otra gente a la que he conocido. —Callé al recordar el audible gruñido de maese Thope—. Te quejas porque de hecho sir Woddet y yo no nos hicimos mucho daño, y obviamente tampoco nos matamos. Me derribó del caballo, y en una ocasión tuve suerte y fui yo quien lo derribó a él.

—¡Eso es! —exclamó satisfecho.

—Lo primero, lo principal que debes entender es que sir Woddet y yo no pretendíamos matarnos, ni siquiera hacernos daño. En combate, los caballeros salen a matarse entre sí.

Pouk asintió. No parecía muy convencido.

—Empleamos lanzas embotadas hechas de una madera menos recia que las de verdad. Las lanzas embotadas se usan para practicar y no es necesario que sean fuertes. Alguien podría salir herido, o morir. Una lanza de verdad es recia en extremo, y además cuenta con una afilada punta de acero. Las nuestras estaban embotadas. Al golpearme con la fuerza necesaria, uno de los osterlingas logró atravesar la camisola de malla, ¿recuerdas? Bastó con que la puñalada partiera un par de anillas.

—Sí. Temimos que pudiera morir, señor.

—Estuve a punto, y quizá hubiera muerto de no haber sido por Garsecg. Ahora supón que en lugar de la daga la camisola recibiera el golpe de una recia lanza, con el peso del caballero y del caballo al galope para respaldarlo.

Pouk se rascó la cabeza.

—Le atravesaría como si fuera un pedazo de queso, señor.

—Veo que lo has pillado. Es más, sir Woddet y yo apuntamos a nuestros respectivos escudos. En combate, suelen ser los escudos los que acaban recibiendo los golpes.

—¿Y de qué sirve eso? No hace más que darme la razón.



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